viernes, 16 de diciembre de 2011

La triste historia de Mme. Rolland

Nunca dediqué un minuto a pensar sobre la familia, hasta que decidimos formar una. De eso hace veinte años. Creo que entonces los libros sobre educación me parecían una pamema; hoy no sé qué pensar sobre la mayoría de ellos, pero si algo tengo claro es que llevar adelante una familia (más si es numerosa) es la aventura más complicada del mundo. Aquí es donde mejor se comprueba el equilibrio que hay entre las pocas verdades en que uno cree y la relativización de muchas cosas en la vida cotidiana. "Pasan las ideas, los principios permanecen", acabo de leer en Indro Montanelli. Qué gran verdad, sobre todo porque los principios válidos son tres o cuatro, y las ideas perecederas, casi infinitas. Pero muchas veces los padres creemos en demasiadas cosas.
Pondré un ejemplo que lleva la ventaja de que ya no tiene nada que ver con nuestra realidad familiar. Hoy en día se habla mucho de lo buenísimo que es amamantar al niño todo el tiempo que se pueda. Si se pudiera, hasta el Bachillerato. Ayer, en medio del centro comercial, había una santa madre dando el pecho a su bebé, ajena al barullo, y supongo que orgullosa. Ahí tenemos la prueba viviente de un dogma que ya está un poco viejito: tiene doscientos años por lo menos. Jean-Jacques Rousseau, gurú de la Ilustración, fue el primero en defender que, para ser una buena madre, era imprescindible dar el pecho. Si no se seguía este consejo, el niño crecería sin amor por culpa del egoísmo de su mamá.
Imbuida de los dogmas de Rousseau, Mme, Rolland, intelectual y política francesa (1754-1793), decidió alimentar a su pequeña ella misma, en contra de lo que se estilaba en su época. Según refiere en su autobiografía (escrita en la cárcel antes de morir en la guillotina), la empresa fue difícil, porque no le subía la leche. Pero era una mujer de carácter. Nadie le iba a quitar el deseo de sentirse una buena madre, así que contrató una señora  para que sorbiera sus pechos a fin de restaurar el flujo. Cuando esto no era suficiente, prohibía que se le diese cualquier otro alimento a la bebé. A base de privaciones sin cuento de madre e hija, consiguió nutrir a su niña hasta los dos años. Luego, me parece que exhausta, pagó a una nodriza para que siguiera con la tarea. El drama vino cuando Eudore, que así se llamaba su hija, empezó a esbozar las primeras sonrisas de su vida a la nodriza. A Mme. Rolland se le llevaron los demonios y despidió a su empleada, pero eso no eliminó su sufrimiento. ¿Por qué su hija no la quería, a pesar de todo lo que había hecho por ella?. Para desahogarse, escribió otra obrita (Consejos a mi hija) donde, en lugar de cantar las maravillas de la maternidad, se dedicaba a explicar los horrores del parto, la falta de sueño, su mastitis, sus enfermedades y sus angustias a una Eudore que un día se haría adulta y comprendería lo sacrificada que había sido su madre. 
A los seis años Mme.Rolland decidió que la niña debía leer los clásicos en su lengua original. Asombrada, vio que la niña no disfrutaba especialmente con el estudio y la lectura, lo que la decepcionó todavía más. Por esta y otras frustraciones, cuando su marido fue nombrado miembro de la Asamblea Nacional y ella tuvo que acompañarle a su nueva residencia en París, no permitió que la niña fuera con ellos y se quedó en un hostal al cuidado de unos criados."Aun cuando mis esfuerzos habían tenido que resultar infructuosos", escribe Mme. Rolland, " yo necesitaba para mí ser mi propio testigo de que yo había hecho todo cuanto podía por mi niña". Obsérvese cuántas veces pronuncia yo y mi en una única frase.
Durante el Terror jacobino en 1793, Jean-Marie Rolland se suicidó y su mujer fue condenada a la guillotina. En el cadalso pronunció unas palabras dirigidas a la posteridad:
"¡Oh, Libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!" Frase con la que Mme. Rolland se ha hecho famosa, pero que no se suele relacionar con su experiencia maternal. 
Por lo demás, la pequeña Eudore creció, se casó, tuvo varios hijos, y llevó una vida burguesa y feliz. Nunca le gustó hablar de su famosa madre.

3 comentarios:

  1. Estoy estos días con un tratado de un médico de Salamanca de finales del XVI y le dedica un capítulo a animar a todas las mujeres a dar el pecho, empezando por las reinas, para que den ejemplo. Y se apoya en pasajes de Homero como autoridad. Al final es el viejo tema de lo 'natural' frente a lo 'cultural', que nos pasamos el día dilucidando si uno u otro.
    [Y por cierto, muy bueno tu artículo sobre Nicanor Parra en Aceprensa]

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  2. Gracias, Ángel, por el dato (también por lo de Parra); no hay nada nuevo bajo el sol, desde luego. Y lo que dices sobre lo natural y lo cultural fue una de las cosas en las que pensé mientras escriblía la entrada. Esa supervaloración de lo natural que, curiosamente, defienden aquellos que otras veces insisten en lo cultural de ciertas distinciones (la ideología de género...). Pero si me iba por estos derroteros, la entrada se me hacía más larga de lo que ya es. Para otro día, mejor.

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  3. Los hijos, siempre tan desagradecidos.

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