viernes, 2 de diciembre de 2011

Stendhal, o el señorito revolucionario



Sólo tiene catorce años y no sabe que en el futuro se llamará Stendhal. El joven Henri Beyle se entusiasma con las noticias sobre la ejecución de Luis XVI. Ya le tocaba, piensa, Todo su resentimiento hacia la nobleza procede de un amargo rechazo a su educación clerical y a la autoridad paterna. El tedio producido por un mundo domeñado por normas irrespirables, la frustración permanente ante las puertas cerradas a la imaginación, todo eso le empuja a la rebeldía contra el orden impuesto por las élites. De ahí que, cuando comiencen las algaradas revolucionarias, Beyle sintonice su afán de libertad personal en la misma dirección que el pueblo y sus líderes revolucionarios. Grenoble, la ciudad natal del escritor, se une pronto a la lucha.
El inexperto aspirante a jacobino se cuela en las reuniones de los de exaltados, pero bien pronto sufre su primera decepción. La gente que allá va no es de su gusto, ni lo será nunca. En sus recuerdos de entonces escribe:

Había allí unas mujeres de ínfima clase, muy mal vestidas. Se pedía la palabra desordenadamente… Me parecían horriblemente vulgares las gentes a las que hubiera querido amar… En una palabra, mi posición de entonces era igual a la de hoy: amo al pueblo y detesto a los opresores; pero sería para mí un suplicio vivir con el pueblo. Mi piel es demasiado fina, piel de mujer. De ahí quizá mi repugnancia inconmensurable por todo lo sucio, lo húmedo, lo negruzco. (La cita, en la excelente biografía de Consuelo Berges)

¿No es una premonición lo que le pasa a Stendhal? ¿No suena al despego inconfesado de tantos intelectuales que desde entonces, desde 1789, han predicado otras revoluciones? Aman al pueblo y cenan langostinos todas las noches. Pero hay más en este pasaje. Es la prevención contra la masa. El miedo a ser tocado, o a formar parte de ella. La desgana ante las manifestaciones colectivas. Algo que cuesta asumir al intelectual, o al hombre de letras en general, sea de la ideología que sea, porque está habituado a trabajar en la intimidad,a  leer, a escribir -dos actividades solitarias-, o a debatir en medio de un círculo selecto de amigos o colegas. 



5 comentarios:

  1. ¡¡¡Qué grande!!! Tienes razoón en lo que dices, pero sobre todo, javier, tienes razón en cómo lo dices, con una delicadeza brutal.

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  2. Creo que eso es verdad en muchos intelectuales, pero hay otros que, a pesar de ese rechazo, luchan por la causa y ponen en ello todo su empeño. Mira a Alberti, Bergamín, Malraux, Semprún... Es cierto que algunos de ellos, como Alberti y María Teresa León, cenaban langostinos todas las noches, pero estaban comprometidos. Otros no tragaron, como Unamuno, Ortega o el mismo Lorca, pero las revoluciones las han iniciado intelectuales usando la fuerza bruta del pueblo. Así lo veo yo, al menos.

    Un abrazo.

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  3. El amado Stendhal siempre tan preciso y contundente.

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  4. Me parece una de las mejores entradas que has escrito, pero ten en cuenta que a muchas yo no llego. Esta me ha encantado, aunque también debo confesar que siento debilidad por Stendhal y no conocía eso de él. Pero ¡¡cómo encaja en lo que he leído!!

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