lunes, 29 de abril de 2013

Cementerio inglés

Los jubilados chinos matan el tiempo como todos los jubilados del mundo: se sientan en los bancos de plazas y jardines. Fuimos al parque Camoens para visitar la gruta donde se dice que el poeta escribió Os Lusiadas. Allí la gente mayor juega al ajedrez chino, chismorrea en voz alta (los cantoneses gritan tanto como los españoles)  o lleva de paseo a sus pajaritos enjaulados, que la jaula es la correa de los jilgueros.
A un lado, defendida por un pequeño muro, pero sin que nadie le haga ni caso, está la iglesia anglicana. No tiene nada especial, salvo una foto curiosa: la de la primera mujer pastora protestante, que se "ordenó" en Macao nada menos que en 1945. ¿Cómo lo permitieron en aquel entonces? Tal vez fuera porque la gente estaba muy ocupada con el fin de la guerra, tal vez porque Macao siempre estuvo aislado.
A la vera de la iglesia, en un escalón más abajo, paseamos por el breve cementerio, romántico y con escasas tumbas. A pocos ingleses les debía apetecer pasar por Macao (y menos, morirse). Marinos, militares, miembros de la East Company,  funcionarios del servicio exterior con mala suerte. Estaba también un tal Morrison, el primer traductor al chino de la Biblia, allá por el siglo XIX.




Mientras los ingleses se dedicaban a meterles el opio por las narices a los chinos, utilizaron Macao de base, aprovechando la tradicional amistad con Portugal. Luego consiguieron Hong Kong tras una guerra desigual con el imperio, y pudieron enterrar a su gente en la nueva colonia. Quizá por eso el cementerio que visitamos tiene ese aire distraído y olvidado. Es como tantos otros rincones de Macao, ciudad repartida entre dos mundos: uno perdido -el de la colonia-, y otro de pérdidas: el de los casinos.



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