viernes, 22 de mayo de 2009

El Arca de Noé

Noé y su esposa Naama fueron llenando el arca. Cada especie debía estar representada rigurosamente por una pareja a fin de asegurar el sagrado principio de la igualdad: el león y la leona, el gato y la gata, la culebra y el culebro, el rinoceronte y la abada, el saltamontes y la saltamontañas, el pavo y la xola, el elefante y la elefanta, la hormiga y el hormigo, la cabra y el cabrón, etc.
Cuando estuvieron dentro todos los pasajeros y todas las pasajeras, Noé y Naama dijeron a la vez que ya estaba todo listo. Entre los dos cerraron la puerta o portalón y esperaron a que llegase el diluvio o la lluvia gigantesca. Tras cuarenta días y cuarenta noches, pensaron en mandar un emisario o emisaria para saber si había vida más allá del mar o la mar visibles. A estribor se lanzó una paloma y a babor un palomo. Después de otros cuarenta días con sus noches, llegaron el palomo y la paloma al mismo tiempo portando una rama de olivo cada uno y cada una. Se planteó entonces la siguiente duda o dilema: ¿a quién hacer caso? ¿Quién llegó en primer lugar? Noé aseguraba haber visto al palomo desde muy lejos llevando su ramita, mientras ella estaba ocupada dando de comer al ciempiés y la ciempesa. Pero Naama respondía que eso era imposible porque Noé era un vago egoísta que no colaboraba en las tareas del arca y se pasaba el tiempo mirando a las musarañas y musaraños. Como formaban una pareja moderna, la sabiduría se impuso al final. “Hagamos dos arcas”, dijo cualquiera de los dos. Con un hacha empezaron a cortar el barco o embarcación mediante un reparto equitativo. A un lado se quedaron Noé y el león, el perro, el rinoceronte, el culebro, el saltamontes, el pavo, etc. y los tres hijos habidos de su relación con Naama, a saber, Cam, Sem y Jafet. Al otro se quedaba Naama, encantada de dejar el cuidado de los niños a su padre (que ya le tocaba), junto a la leona, la perra, la culebra, la abada, la saltamontañas, la xola y otro largo etcétera.
Una vez el arca se partió del todo, las dos mitades se quedaron flotando por unos segundos. Luego el agua empezó a mojar las tablas. Nadie gritó porque no dio tiempo. Las dos mitades se fueron al fondo del mar, mientras se veía acercarse las aletas de un puñado de tiburones y tiburonas que se habían negado a meterse en el arca por razones obvias.


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