lunes, 18 de mayo de 2009

Los apócrifos

Por cuestiones profesionales, anduve este fin de semana leyendo evangelios apócrifos. Hay un poco de todo: leyendas piadosas, curiosidades y disparates. Para hacerse con una culturilla cristiana están bien: ahí te enteras del origen de los nombres de los reyes magos (que no eran reyes según los canónicos, sino sólo magos), o lo de la mula y el buey en el portal. También hay muchas tonterías. En el evangelio del Pseudotomás el Niño Jesús es una especie de Harry Potter algo gamberro. San José lo lleva a un maestro para que le enseñe las primeras letras y le devuelven al niño a las primeras de cambio porque sabe demasiado. Al pobre preceptor le da una crisis de autoestima. San José no se desanima y lo lleva a otro maestro, pero aquí terminan a piñas, porque Jesús se pone impertinente y recibe un pescozón. Entonces Jesús maldice al profesor y éste cae enfermo de gravedad. Así las cosas, San José le dice a la Virgen que lo mejor será impedir al niño que salga de casa, no vaya a seguir descalabrando a la gente. Pero un día llega un tercer maestro y, pese a los temores de José, se lo lleva a su escuela. Esta vez hacen buenas migas. Jesús, satisfecho del trato recibido, decide curar al desgraciado al que había dejado enfermo y todos respiran aliviados.
Estas historietas pueden parecer divertidas, o no, pero son elocuentes a su manera. Por una parte, nos hacen apreciar mejor los evangelios canónicos, que son muy superiores, no sólo teológicamente, sino también desde el punto de vista antropológico y literario. Y por otro lado, me hacen pensar que la gente recibía el mensaje evangélico, ya en los primeros tiempos, como le daba la real gana. A muchos les gustaría pensar en Dios como una especie de superman bueno, pero peligroso si se le buscaban las cosquillas. Una visión muy pobre de lo sobrenatural. Más o menos como la que nos transmiten hoy en día tantas películas de cine y televisión...

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