Hace dos días leíamos en clase ese cuento perfecto y espantoso, "El almohadón de pluma" de Horacio Quiroga. A los estudiantes les encanta la historia de vampiros, morbosa desde la primera frase: "Su luna de miel fue un largo escalofrío". Y nada digamos del final con el bicho dentro de la almohada, bola viviente, viscosa y ahíta de sangre. A mí tanto gore no me entusiasma y siempre me queda la melancolía de que no mis estudiantes valoren tanto a Borges o a Marechal. Pero bueno: está bien y por algo se empieza.
Me pregunto ahora por el éxito de este tipo de relatos. ¿Por qué nos gustan las historias en donde el Mal se hace tan presente?La novela y el cuento están atrapados por la cadena del tiempo y del espacio. El interés lo ponen los malos porque ellos crean el conflicto. Sin los malos no hay novela. En la poesía las cosas se dan de otra manera. No hablo sólo de los místicos, que hacen trampa y se escapan por la escala en la noche oscura de san Juan de la Cruz. Hasta la misma poesía profana suspende el tiempo y el espacio en una suerte de éxtasis, que no es sueño pero se le parece. Por eso, allí se puede hablar de la felicidad desde principio a fin sin que el lector se sorprenda; la conciencia de la propia dicha se nos destila con cuentagotas. El hombre no puede soportar demasiada realidad, decía T.S. Eliot en plan trascendente.
Pero, ¿y la novela? ¿Se puede narra el Bien absoluto en las novelas? ¿Cómo escribir una historia en donde todos los personajes sean buenos, en donde no haya conflicto alguno? Alguno bien informado levantará el dedo y dirá que Dante lo hizo. Pero Dante fue todo menos novelista.
Se puede construir una novela magnífica alrededor de la estupidez (Madame Bovary) o la maldad (El juguete rabioso). Crimen y castigo es extraordinario, porque vemos la redención plausible de un malvado. Pero es justamente eso: una redención, no la felicidad colmada y completa de Raskolnikov. En cambio, cómo se la pegó Dostoievsky cuando intentó El idiota. Marechal, en su infinito Adán Buenosayres, cuenta la historia de la salvación de su héroe, pero curiosamente no narra su ascenso ni su felicidad; sólo se queda en sus avatares en la tierra y en el infierno humorístico de Cacodelphia. El Cielo entra en el misterioso ámbito de lo inenarrable.
Incluso los personajes nobles son muchas veces menos atractivos que los villanos. La intrigante Becky Sharp funciona muchísimo mejor como carácter que la cursi de Aurelia, en La feria de las vanidades. Por la misma razón, los imbéciles dan la nota necesaria para que aceptemos la verdad novelesca. Cervantes se dio cuenta cuando puso a Sancho Panza al lado de Don Quijote. Sin el simple de su escudero, el hidalgo no tiene fuerza. Y sin las mismas locuras del caballero, de nada valen los comentarios discretos de don Alonso Quijano el Bueno.
Nunca sé si el que hace preguntas del estilo del título espera de verdad que alguien le conteste.
ResponderEliminarLa respuesta fácil diría que al lector le atrae el morbo. La respuesta culta acudiría a la Poética de Aristóteles y precisaría que el conflicto es necesario para que se de la catársis.
Ni el mal ni el bien se dan nunca en estado puro, pero parece que tenemos más contacto cotidiano con el mal. Aunque esto sólo sea porque cuando todo va bien no nos paramos a analizar cuál ha sido la clave del éxito y sí al contrario.
Literariamente a mi me gusta resumirlo de la siguiente forma: aprendemos más del bien cuando lo vemos en "negativo" (no en sentido pesimista sino fotográfico) porque nos damos cuenta de lo que realmente falta. Esto tiene otra ventaja: es más difícil caer en moralidades y moralismos que tanto rechazo provocan.
Un saludo!
Muchas gracias. Contesta muy bien a mi pregunta. Y Raquel también.
ResponderEliminarDos comentarios:
ResponderEliminar1) A mí, de adolescente y aun de joven, me gustaban las historias de terror, y en concreto también las de vampiros. (A Luis Alberto de Cuenca, como él ha contado repetidamente, le sigue ocurriendo con algunas; o a Fernando Savater. A mí un poco menos). Yo creo que ese gusto adolescente por las historias de trazo grueso es falta de sensibilidad a los matices, que puede desarrollarse más tarde. No me parece pues, en sí mismo, un síntoma alarmante. Ni siquiera melancólico.
2) Es verdad que el mal es más novelable (como decía Galdós) que el bien. Pero creo que exageras la nota. La referencia a Galdós me hace recordar varias novelas suyas, de las que tomo como ejemplo "Misericordia". Cierto que en ella no todo es color de rosa (como en las buenas novelas "del mal" no todo es negro), pero lo que especialmente recordamos, creo, es el purísimo corazón de Benina o la pureza, no menor a su modo, de Almudena. Y, por lo demás, siento decir que en mi opinión la interpretación que aquí haces del Quijote lo empobrece radicalmente. Ni Sancho es un ejemplo de "imbécil", ni Don Quijote mismo sólo un orate al que contrastar con su propia cordura final, sino alguien que durante toda su locura da paradójicas y continuas muestras de excepcional lucidez. Tiene razón Cernuda cuando habla, al propósito de los personajes cervantinos, de que "no están quietos en el espacio previamente asignado, ni se agitan como un torbellino a través de aquél; avanzan un gesto, y la sombra y la luz se desplazan armoniosamente en torno suyo, silueteando al personaje con la debida proporción". Y también, por cierto, cuando dice que "es uno de los caracteres más generosos que jamás existieron en ficción o en realidad". Yo más bien creo que, considerándolo todo, el Quijote es precisamente la más grande novela en que el bien es lo que se impone, aunque el mal le sirva de contraste. Lo que sí es cierto es que, en efecto, el mal es más novelable que el bien, y que hace falta un talento de la talla del cervantino, o por lo menos del galdosiano (esto es, de talla excepcional) para conseguir con éste resultados comparables..., y yo casi diría que superiores.
A mí siempre me ha dado esa impresión de "novela del bien" La comedia humana, de Saroyan. El mal está presente, sobre todo en la figura de la lejana guerra, que hilvana las historias de todos los personajes. Pero la sensación de conjunto es la del bien cotidiano y silencioso.
ResponderEliminarPienso que las narraciones siempre responden de uno u otro modo a la experiencia, no me refiero a un realismo de fotocopia, sino al conocimiento de la experiencia humana universal. Y nuestra experiencia no es pura luz, ni absoluta tiniebla, sino una trama en la que se entremezclan y luchan ambos polos. Santo Tomás, según se cuenta, casi al final de sus días tuvo una experiencia mística en la que "experimentó" la presencia de Dios de un modo inenarrable. Tan es así que su reacción después de ese momento fue el deseo de destruir todo lo que había escrito sobre Dios por considerarlo radicalmente pobre e indigno. Dicen que en esa visión, Jesucristo se dirigió al dominico diciéndole "has escrito mucho y bien sobre mí, Tomás..."
ResponderEliminarEscribimos de lo humano como humanos. Quizá, como dijo Nietzsche, incluso humanos, demasiado humanos.
Hace falta mucho talento para mostrar o narrar el bien, es decir que todo es como "tiene que ser". De hecho, cuando el bien se impone la historia tiende a terminarse: el "fueron felices" es ya una afirmación muy radical, pero si encima añades el "para siempre"...
ResponderEliminarRaquel: No estoy acostumbrado a tantos comentarios, tan largos y tan interesantes, pero desde luego sí puedes esperar contestación de mi parte. Das en la tecla justa cuando distingues entre las respuesta popular y la aristotélica, y las dos son válidas. Y, en efecto, para no caer en moralismos, lo mejor es ver en "negativo" (magnífica imagen) la realidad. Sobre todo, creo, no porque produzca rechazo la moralina, sino porque esta es falsa estéticamente. La literatura aspira a la verdad de lo vivido.
ResponderEliminarEnrique: sí, pensaba en tu entrada cuando escribí la mía, y ahora que releo los comentarios de entonces, veo que acabo de cumplir una promesa que hice allí y que había olvidado.
ResponderEliminargatoflauta:
ResponderEliminar1) A mi también me encantaban las "historias de trazo grueso", como dices. Leía los cuentos de Poe una y otra vez. No me parece nada mal que a los estudiantes les gusten (Quiroga es un gran escritor, ¡cómo me va a disgustar!). Lo de la melancolía es porque, como profesor, uno aspira a que los estudiantes vean cosas en los textos que me parecen superiores. Pero, bueno, la mayor satisfacción es descubrirles autores, así que mi melancolía es pasajera. (Por cierto, si hay algún alumno leyendo esto, no se crea que va a caer Borges en el examen. Eso todavía no lo sé ni yo).
2) Seguramente exagero un poco la nota con Sancho Panza, pero me refería a una novela en donde el Bien, así, con mayúsculas, triunfara sin que mal sirviera de contraste. Doña Benina es un personaje extraordinario, inolvidable, pero brilla más ante la mezquindad de otros, si no recuerdo mal.
Mónica: No conozco "La comedia humana". Vi la película hace muchos años y me tentó leer la novela, pero la dejé, no sé por qué.Seguramente tienes razón, porque excepciones hay tantas en tantos lados...
ResponderEliminarAnaCó: la narración (igual que le drama) imita en el tiempo, y desde ese punto de vista su versión mezcla el Bien y el mal, la sabiduría con la estupidez, la hermosura con la fealdad. Aristóteles terminaría diciendo que de ahí viene el conocimiento, etc. Me pregunto, sin embargo, si con la poesía sucede lo mismo. ¿No se encuentra todo en estado más puro? Sobre todo cuando leemos a ciertos poetas, Emily Dickinson, san Juan de la Cruz, Juan Ramón Jiménez, etc. Pero también a otros que toquen temas menos elevados.
ResponderEliminarManuel: se pone el "Fin" cuando son felices, luego la felicidad es inenarrable, no te puedes extender demasiado con ella. La puedes decir, la puedes nombrar, quizá, pero eso ya es poesía.
ResponderEliminarJusto ahora recuerdo que lo que me dices lo hace explícito Lewis al acabar las "Crónicas de Narnia" -no tengo la cita a mano-: termina la narración felizmente, pero la historia de los personajes es en ese punto donde verdaderamente empieza...
ResponderEliminar¡Cómo! ¿No va a caer Borges en el examen? ¡Maldita sea, Javier! ¿Qué clase de trampa es esta?
ResponderEliminarUn abrazo,