viernes, 1 de junio de 2012

Los solteros y las tonterías

Ayer me contaba mi hijo mayor que fue a entregar dos carteles a un concurso con dos modalidades: para adultos y para niños. Uno lo había pintado él, que ya tiene 19 años, y el otro era de su hermano de 11. La chica de la oficina le preguntó:
- ¿Los dos carteles son tuyos?
Hay cosas que dice la gente que no necesitan adornos. Son imbecilidades, y punto.
De esa manera escribe Muriel Spark. Acumula diálogos llenos de estupideces sin que ella, como novelista, añada nada. El lector sólo tiene que estar atento a ir descubriendo, a través de un estilo escueto y elegante, la enorme cantidad de tonterías que tienen sus personajes en la cabeza.
La novela más divertida que he leído de ella es Los solteros (el título original, The Bachelors, resulta más irónico y ambiguo). Un grupo de solterones irredimibles es la materia de la que se nutre la historia. Materia que da para mucho, porque la autora explota maravillosamente las manías que, por solteros y por británicos, tienen sus personajes... La trama gira alrededor de un médium bastante sinvergüenza y un grupito de solterones y viudas que le siguen a pies juntillas. Las sesiones de espiritismo son extraordinarias.

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Alguna vez le preguntaron a Evelyn Waugh por qué, siendo católico, demostraba tanta mala leche en sus novelas.
-Imagínese lo que escribiría si no fuera católico, respondió.
Algo semejante se puede decir de Spark, quien se parece bastante al autor de Los seres queridos. No en vano los dos eran conversos y amigos entre sí.
Todo esto no quiere decir que Los solteros sea un librito para pasar el rato. Para empezar, tiene toda esa objetividad en la que parece que se deja decir disparates a los personajes sin que medien comentarios del narrador; me ha llamado la atención que la autora sólo intervenga en una ocasión para juzgar lo que hace el protagonista, Ronald, y decir que eso que hace es una frivolidad. Si se molesta la narradora en señalarlo, es porque lo que hace el personaje es decisivo después para el argumento. En fin, no quiero destripar la historia, pero sí señalar ese detalle de finura, esa joyita de comentario en la que la autora aparece de pronto para dar su opinión como un medio de señalar con el dedo al lector inteligente y decirle: "oye, fíjate en esto, que va a ser importante".
 Además, hay mar de fondo. El héroe, Ronald Bridges, epiléptico y converso, es quizá el único personaje con alguna lucidez y preocupación por los demás. Es egoísta, como todos, pero tiene comentarios mucho más inteligentes que la media. "Deja de preguntarme sobre lo que opino sobre esto o aquello como católico", le dice a un amigo suyo. "Para mí ser católico es parte de mi existencia como ser humano No tengo una opinión como ser humano y otra como católico".
O este otro:
"Lo que dice la gente. lo que dice la gente... Siempre se concentran en lo que podría ser, en lo que debería ser, y nunca en lo que es".

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