En junio volví por una semana a la universidad de Münster, en Alemania. Esta vez me llevé a N. y a L. No habían viajado en avión desde que eran unos bebés, y fue bonito ver su emoción al despegar.
Después de las clases, aprovechamos para hacer excursiones por Westfalia, que es el paraíso de la bicicleta. Llegabas a cualquier pueblecito en tren y allí te estaba esperando una maravillosa agencia de alquiler de bicis. En Lüdinghausen vimos un par de castillos y nos internamos campiña y bosques adentro. Los chavales estaban entusiasmados. En medio de uno de esos bosques increíbles para un hispano, nos paramos en una encrucijada.
Alguien había erigido un gran cartel de madera con unas inscripciones que no se leían bien. Nos acercamos y vimos todo un cerco de flores y ramos, germánicamente ordenados. Empecé a explicar a los niños que los nombres que allí aparecían, seguramente correspondían a los soldados caídos en la primera y segunda guerra mundiales. El pueblo alemán no tiene necesidad de leyes de memoria histórica.
Alguien había erigido un gran cartel de madera con unas inscripciones que no se leían bien. Nos acercamos y vimos todo un cerco de flores y ramos, germánicamente ordenados. Empecé a explicar a los niños que los nombres que allí aparecían, seguramente correspondían a los soldados caídos en la primera y segunda guerra mundiales. El pueblo alemán no tiene necesidad de leyes de memoria histórica.
De pronto apareció de no sé dónde la señora aquella con su cuerpo flaco y su aspecto tieso. La seguían dos niños pequeños, rubísimos. Llevaba unas gafas tímidas y tenía el pelo moreno, recogido. Era una madre vieja o una abuela joven, no lo sé. Parecía interesada o conmovida.
Me habló en alemán y, sorprendentemente, la entendí:
- Ellos eran todos campesinos de la zona: hermanos, esposos, hijos. Vivían en casas como esa de allá, y señaló una granja más allá del bosque. Murieron en la guerra y ahora todos los recordamos. Pusimos este monumento hace más de treinta años.
-¿Treinta años?, le pregunté, un poco por decir algo y otro poco porque no se me ocurría qué decirle en alemán.
-Sí, treinta. Yo les enseño esto a los niños para que se acuerden...
Luego siguió dando explicaciones, pero sólo comprendí palabras sueltas: "muerte", "guerra", "tristeza", "familia".
Luego siguió dando explicaciones, pero sólo comprendí palabras sueltas: "muerte", "guerra", "tristeza", "familia".
-Siento no poder hablar. No sé hablar alemán; lo puedo entender un poco. ¿Sabe usted español?
-No.
-¿Inglés?
-No.
Nos quedamos en silencio y ella se quedó mirando a sus niños que jugaban con el triciclo. Yo miré a los míos. De pronto se paró y me dijo:
-Gracias por.... ¿Querría tomar un café en casa con nosotros?
-No, perdón, muchas gracias... no sabría hablar mucho rato.
-No importa. Yo tampoco sé hablar español.
Miré a mis hijos, pensé que pronto tendríamos que regresar al pueblo y devolver las bicicletas. Volví a negarme. Ella siguió mirándonos muy seria y contestó:
- No pasa nada. Gracias a usted.
Me ha encantado que cuentes esto. Muy humano.
ResponderEliminarGracias, Inmaculada. En realidad, lo conté porque, desde fuera, las versiones que a veces se nos dan de los alemanes son muy poco "humanas". Y no nos damos cuenta del enorme sufrimiento que ese pueblo ha soportado. Y no me vale la excusa de que, como pueblo, se lo haya buscado; muchos individuos no se lo buscaron.
EliminarA decir verdad los alemanes sea hombre o mujer son de aspecto como aquella señora con su cuerpo flaco y su aspecto tieso.Pero cabe resaltar que son muy humanos, a pesar de ser tan fríos en su forma de comunicarse saben llegar a las personas con lo que realmente quieren llegar a decir, y en el caso tuyo y de tus hijos llegó a decir lo que quería transmitir...Que pena que no pudieron seguir la conversación y aunque le invites a tomar un café ellos no son tan espontáneos para decir que sí en el momento. A mí también me sorprendió lo organizados que son cuando estuve allí.
ResponderEliminarMe gustó mucho tu entrada, por lo que la compartí con mi novia. Aunque ella es de Niedersachsen, ha estudiado y vive en Münster (no pudo asistir a tu conferencia de aquella vez, porque tenía que trabajar en su Magisterarbeit). De todo se ha quedado con una expresión: "germánicamente ordenados".
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