sábado, 27 de abril de 2013

Movilidad exterior

En la vuelta el avión hizo escala en Qatar. Cuando reanudamos el viaje, se sentó a mi lado un chaval que se había movilizado al exterior: es decir, no encontraba trabajo en España y tuvo que irse a ejercer de arquitecto a Doha. No le había ido mal. El único problema era que el viernes empezaban sus vacaciones y, para no pagárselas, sus jefes le habían echado el día anterior.
Charlar con él fue una experiencia refrescante si se puede decir así; nada de corrección política ni para la derecha ni para la izquierda. Sólo la verdad de la experiencia: en Qatar todos los extranjeros son esclavos. La única diferencia es que los filipinos, indios y africanos están en la escala más baja por ese orden, y los europeos un poco más arriba. Pero todos esclavos, de una forma u otra. En cierta ocasión su coche lo arrolló un todoterreno de un catarí y fue a denunciarlo a la policía. Al llegar a la comisaría, el  funcionario sonrió de medio lado y le preguntó por qué no hablaba en árabe. El muchacho le replicó que el inglés es lengua co-oficial en Qatar, que estaba en su derecho y bla, bla, bla. Por toda respuesta, el árabe se echó a reír y siguió hablando en árabe con otros colegas del despacho.
-Así me sentí yo: como nuestros inmigrantes ecuatorianos cuando se encuentran con un facha. Sólo que este facha era un moro.
El avión recorría el golfo Pérsico, y sólo se veía arena y agua. Luego dejamos aquel mar brillante. De pronto descubrí una franja verde, inesperada y perfecta: era Mesopotamia. Pero por fin el panorama se empezó a nublar al llegar a los montes de Anatolia y cerré la ventanilla. Así se quedó durante horas. Me quedé dormido hasta que nos anunciaron por megafonía que estábamos llegando al destino.
Mi vecino rompió el silencio y me pidió tímidamente:
-Por favor, abre la ventanilla que quiero ver.
-¿El qué?
-España.

11 comentarios:

  1. ¿No te parece que esto es un excelente microrelato?
    No quiero ponerme a teorizar (ahora, cada pocas clases, hablo mal de los de teoría de la literatura, los 'niños bonitos' de la Facultad, que se comen todo el tiempo mandando trabajos estúpidos y nos les dejan a mis alumnos traducir griego), pero podría ser perfectamente inventado todo y no importaría: es una ficción en el sentido más verdadero de la palabra. Has moldeado hechos -sin falsearlos, sin adornarlos y sin cambiarlos- y los has convertido en un microrelato.
    El final, a pesar de lo poco patriota que me veo los últimos años, me ha parecido muy, muy emocionante.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Ángel... La verdad es que, después de publicarlo, pensé si no había sido un microrrelato. Porque seleccioné las cosas para que entre ellas hubiera una relación. Y el detalle final, en su pequeñez, a mí me emocionó también cuando lo viví.

      Eliminar
    2. Yo, ya digo, lo pondría de ejemplo de por qué una ficción puede hacerse con hechos de la vida y sin alterarlos ni mentir.
      Su carácter de ficción no lo da el que se pueda comprobar o no que aquello pasó, sino la verdad que transmite el conjunto, por el respeto a la verdad de los hechos o por la verdad de la creación que hace verdadero lo que se cuenta.

      Eliminar
    3. Mmmmm... Brillante. A mí siempre me enseñaron en la Facultad que la ficcionalidad es el criterio para distinguir lo literario de lo que no lo es. La experiencia me ha ido desconfiar de este dogma. La lectura, por ejemplo, de ciertos cuentos con un fuerte componente autobiográfico, como los de Ribeyro, no los invalida como ficciones, precisamente por las razones que dices.
      Y, por otro lado, ¿quién asegura que es o no inventado en ciertos textos? Se trata de un pacto entre lector y autor creer, o no, si la historia fue real o inventada: Pero lo importante es la transmisión de esa verdad que no sé si llamarla "poética".

      Eliminar
  2. ¡Bienvenido, Javier! Echábamos de menos tus entradas, pero la espera ha merecido la pena. Entre Macao y Qatar, tres nuevas entregas que no tienen desperdicio.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. GRACIAS... Ay, tengo más. A ver si tengo paz para escribir.

      Eliminar
  3. No sé si AR o el titular del blog conocerán las últimas palabras de Rosalía de Castro. Las cito por el relato de González Besada: "dijo a su hija Alejandra: "abre esa ventana que quiero ver el mar", y cerrando sus ojos para siempre, expiró...". Sin embargo, desde Padrón es imposible ver el mar". Quizá para ella no lo fuera.

    ResponderEliminar
  4. Pero tiene pinta de que el tal González Besada se lo inventa; supongo que es de los que piensa que le hace un favor a Rosalía noveleando su muerte. Además, la frase es poco coherente (Rosalía no me pega mucho como 'marina' y demasiado redondo como frase de moribundo.
    Es justo lo contrario de lo que veo yo en este texto de Javier: frente al redondear y estropear de González Besada, Javier ha sabido hacerle justicia a alguien en Qatar dándole voz y sin adobarla.

    ResponderEliminar
  5. Creo que existe el testimonio en ese sentido de la propia Alejandra, la hija de Rosalía. Por lo demás, sí consta que Rosalía, ya gravemente enferma, había pasado una temporada en algún sitio costero de la propia Galicia, precisamente por su deseo de ver el mar. A mí no me parece tan improbable, y ni siquiera tan "literario", en el mal sentido de la palabra: la vida es lo bastante amplia y rica para que quepan en ella momentos así.

    ResponderEliminar
  6. Pues entonces soy yo el que mete la pata. No sé si me sirve de excusa el estar permanentemente expuesto a la "divinización" de Rosalía.

    ResponderEliminar
  7. Hombre, supongo que eso, efectivamente, le cansará a uno. Pero no debe llevarle a reaccionar en contra de la propia Rosalía, que ninguna culpa tiene. Tanto más cuanto que, incluso como símbolo, es un tanto ambiguo. Los nacionalistas a ultranza no sé si verán con mucha simpatía el hecho de que, no sólo alternase el castellano y el gallego, sino que su último libro de poemas estuviera escrito en español. Tanto más cuanto que en el prólogo de "Follas novas" se despide de la lengua gallega diciendo que le parece haber pagado ya la deuda en que se sentía con la lengua gallega; pero nunca dijo, que se sepa, nada parecido con la castellana. En fin, Rosalía es una gran poeta (en ambas lenguas), y ninguna culpa tiene,como decía, de la utilización que unos y otros hayan querido hacer de su figura.

    ResponderEliminar