Este año le ha tocado al escritor albanés Ismail Kadare, o Kadaré, como se le conoce desde que se fue a hacer las Américas a Francia. Allá por el año 93 me dí un atracón de novelas suyas y escribí algo. Luego reconozco que me cansé un poco de sus teorías nacionalistas, como esa ocurrencia de que Homero procedía de la antigua Albania. Creo que es una idea traída por los pocos pelos que le quedan al escritor. De todas formas, vaya por delante que el premio me parece merecidísimo y que a lo mejor es un consuelo para un eterno candidato al Nóbel.
Antes de Kadaré, uno por entonces no sabía nada de Albania, apenas dos o tres nombres: Squiperia (tierra de las águilas), Sköder (donde nació la Madre Teresa), Skanderberg (el héroe nacional) y Flamurtari (un equipo de fútbol). Son nombres sonoros. En cambio, la capital tiene uno bastante feo, incluso un poco cínico si uno se acuerda de su historia reciente, con esa dictadura demencial que llenó de búnquers el país por si les invadían.
Kadaré dio a conocer Albania de un modo fascinante, como sólo saben hacerlo los escritores de verdad: o sea, mintiendo. En sus mejores libros su patria se convierte en un territorio de fantasía, perdido en el tiempo y la nieve. El viaje nupcial, por ejemplo, es un relato extraordinario, entre policial, mítico e histórico. Ojalá lo reediten. También me siguen resonando Los tambores bajo la lluvia o el mundo trágico y poético de Abril quebrado. Pero la mejor novela, la obra maestra de Kadaré, es El palacio de los sueños, una parábola kafkiana que, en principio, parece una crítica contra los regímenes totalitarios, pero que, por suerte, no sólo se queda ahí. Lo bueno que tiene escribir en países donde no se respeta la libertad es que los escritores tienen que espabilar y dicen, ocultándolas, más cosas. En fin, si alguien quiere empezar con Kadaré, que se meta en su palacio de sueños.
El jurado ha destacado el manejo del lenguaje del escritor galardonado. Como no estoy seguro de si todos sus miembros sabrán albanés, supongo que algo habrá que agradecérselo a su excelente traductor, Ramón Sánchez Lizarralde. A Dostoievsky y a Tolstoy los tradujeron siempre a partir de versiones francesas hasta bien entrado el siglo XX porque no había en España quien supiera ruso. Por ahí algo hemos avanzado en nuestro país.
Me encantó que Kadaré fuera premiado. Al fin y al cabo, es una de las pocas veces que premian a un cuasi desconocido al que yo haya leído tanto como a él. De Kadaré comencé con El palacio de los sueños, una novela para mí memorable, y desde entonces, leí todo lo que pude de él: El capitán del ejército muerto, El informe H., El concierto, El viaje nupcial. Como siempre, no sé muy bien qué buscaba en sus novelas, pero terminé encontrando mucho más de lo que esperaba. Mi hermano, que estudiaba en Bilbao y yo, en Pamplona, buscábamos sus libros acá y allá. Cuando dieron la noticia del premio, recibí un correo de mi hermano en el que se mostraba tan feliz como cuando España ganó el mundial de baloncesto. En fin, leer es un placer individual, pero la lectura nos une tanto como la nostalgia.
ResponderEliminarCrisanto (Piura)
En este caso la lectura es nostálgica, Crisanto. A mí me pasó lo mismo, porque Kadaré fue una lectura muy agradable para mí durante algunos años. Y, por lo demás, me parece que su literatura es nostálgica, porque habla de una Albania pasada, un territorio desconocido que se siente muy entrañable, aunque quizá todo sea invención suya.
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