Fin de curso, al fin. Los niños en casa, en fin.
Mi hijo de quince años, el adolescente nuestro de cada día, ha ganado un concurso literario que organizaba el colegio. No es el primero que consigue, así que llega a casa, se sienta en la cocina y le dice muy serio a su madre:
-Mamá, en el cole soy leyenda.
A veces me he preguntado si la adolescencia no será la edad ideal para nuestra época, ésta que nos ha tocado contemplar. En las sociedades tradicionales, la ancianidad conservaba el prestigio único de atesorar la sabiduría de la experiencia. Luego llegó el Romanticismo, con todo eso del Paraíso perdido de la infancia, el niño es el padre del hombre, el surgimiento de la literatura infantil y la nostalgia de los poetas. Pero hoy la infancia de las niñas la acortan al ritmo y medida de faldas y biquinis. La universidad de padres digital que se le ha ocurrido a José Antonio Marina sólo atiende a preguntas sobre niños hasta los nueve años, a partir de ahí el tenebroso mundo de la adolescencia: vaya usted a saber y búsquese la vida. Los platós telebasureros se pueblan de viejecitas floreadas y aspirantes a viajes a Benidorm que berrean y aplauden chistes malísimos. La gente joven tarda más en salir de su cascarón casero y los hombres de edad mediocre (ay) nos enfrentamos a la crisis de los cuarenta que, cuentan, es un brote verde de la verde adolescencia.
Sí: la autocomplacencia, la egolatría, el culto a la imagen (sobre todo la propia), el reclamo de toda clase de derechos, la incapacidad de asumir deberes, las subidas hormonales y los bajones anímicos... ¿no son todas características de una sociedad adolescente? Por si acaso todo esto es verdad, yo a mi hijo le animo a que siga teniendo sentido del humor y se ría de sí mismo, que es una buena manera de empezar a salvarse.
Mi hijo de quince años, el adolescente nuestro de cada día, ha ganado un concurso literario que organizaba el colegio. No es el primero que consigue, así que llega a casa, se sienta en la cocina y le dice muy serio a su madre:
-Mamá, en el cole soy leyenda.
A veces me he preguntado si la adolescencia no será la edad ideal para nuestra época, ésta que nos ha tocado contemplar. En las sociedades tradicionales, la ancianidad conservaba el prestigio único de atesorar la sabiduría de la experiencia. Luego llegó el Romanticismo, con todo eso del Paraíso perdido de la infancia, el niño es el padre del hombre, el surgimiento de la literatura infantil y la nostalgia de los poetas. Pero hoy la infancia de las niñas la acortan al ritmo y medida de faldas y biquinis. La universidad de padres digital que se le ha ocurrido a José Antonio Marina sólo atiende a preguntas sobre niños hasta los nueve años, a partir de ahí el tenebroso mundo de la adolescencia: vaya usted a saber y búsquese la vida. Los platós telebasureros se pueblan de viejecitas floreadas y aspirantes a viajes a Benidorm que berrean y aplauden chistes malísimos. La gente joven tarda más en salir de su cascarón casero y los hombres de edad mediocre (ay) nos enfrentamos a la crisis de los cuarenta que, cuentan, es un brote verde de la verde adolescencia.
Sí: la autocomplacencia, la egolatría, el culto a la imagen (sobre todo la propia), el reclamo de toda clase de derechos, la incapacidad de asumir deberes, las subidas hormonales y los bajones anímicos... ¿no son todas características de una sociedad adolescente? Por si acaso todo esto es verdad, yo a mi hijo le animo a que siga teniendo sentido del humor y se ría de sí mismo, que es una buena manera de empezar a salvarse.
Otra estupenda entrada/columna de periódico. Como te lea tu antiguo compañero de clase y actual jefe mío, Pepe Joly, te ficha.
ResponderEliminarLo de la edad es muy relativo... no los años, que lluven de uno en uno y eso no hay quien lo rebaje, sino la división en etapas. Yo dejé de jugar a los quince años, pero el último cursos reconozco que fue puro voluntarismo mío: me horrorizaba entrar en la adolescencia e intenté retrasarla todo lo que pude. De hecho empecé a salir por la noche a los diecisiete, y casi obligada por mis amigas... así que, para mí, la niñez terminó a los catorce más o menos.
ResponderEliminarPor otra parte, siempre he pensado que lo que cae por debajo de los 50 es juventud, porque siempre he visto jóvenes a mis padres. Por ejemplo, para mí no hay hombre más "joven" que EGM, y acaba de cumplir los cuarenta... Y, si tienes niños en casa, sigues siendo joven hasta que el último entra en la adolescecia. Y luego están todos esos eslóganes de revistas femeninas de que los cuarenta son los nuevos treinta, que nos levantan la moral.
Encima es que a mí me gustan los hombres en la década 40-50, no puedo evitarlo. Yo le llamo "la década peligrosa", peligrosa por lo de la tentación y el atractivo. Y una vez me encontré en una boda a un señor que me dijo apenado "yo ya tengo 47" y a mí me salió del alma decirle "hombre, la edad de la madurez seductora"... quedó más contento que unas pascuas.
Perdona el ladrillo: me embalo. De hecho creo que de esta reflexión va a salir una entrada en el blog...
Gracias, Enrique: de todos modos, lo importante no es que te salga uno, sino muchísimos, como sabes y haces tú muy bien.
ResponderEliminarPor un lado, Rocío, gracias por la indirecta: los hombres tenemos nuestra vanidad. Pero lo importante es lo que dices de la juventud, que no es lo mismo que la adolescencia, creo yo. Hay gente joven y adolescentes a todas las edades: a los 15, a los 25, a los 30, a los 40 .. y suma y sigue.
ResponderEliminarPrecisamente, al final me salió la entrada sobtre la edad en mi blog, viene a decir lo mismo que he dicho aquí aunque algo más cuidado...
ResponderEliminarROCÍO
-¡Ese no soy yo!- se decía todas las mañanas mirándose al espejo mientras no paraba de reirse de sí mismo. Luego creció feliz y lo comprendió.
ResponderEliminarYa vi esta mañana tu entrada, Rocío: muchas gracias de nuevo. Y, por cierto, qué bonita tu entrada y qué preciosa la otra, la del dieciseis.
ResponderEliminarPedazo de microcuento el de Álvaro
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