Cuidar de un niño puede ser relativamente fácil si se ejercen una serie de medidas prácticas, además de dos virtudes fundamentales como son la paciencia y el cariño. En primer lugar el niño ha de ser plantado en buena tierra. En los primeros tiempos, la semilla es muy pequeña y necesita de nuestra atención constante para brotar y crecer. Si la tierra es ácida, puede sobrevivir, pero sólo si el niño es de una pasta especial y recibe los nutrientes que necesita.
Luego está la cuestión del riego y el abono: Nunca debe dársele demasiado. La regla de oro es siempre pasarse de menos que de más. Un niño que reciba demasiada agua, se encharca y se pudre. Y lo mismo que hay que vigilar la alimentación, se puede decir del descanso. Para las frías noches de invierno prepararemos para él un buen acolchado a base de cortezas de pino a fin de proteger sus raíces, no se le vayan a helar.
Conforme vaya creciendo requerirá seguramente un tutorado para que no se tuerza. Y, desde luego, si hace falta cortar algo de él que no nos gusta, cortaremos. Una poda a tiempo, sobre todo en invierno, es menos traumática y nos ahorrará muchos problemas de malos crecimientos en el futuro.
Seguramente llegará el día en que nuestro niño empiece a dar sus frutos. Es hora de que vayamos dejándolo que madure tranquilo, aunque no dejemos de contemplarlo todos los días y nos interesemos siempre por su salud. En fin, si se siguen estos consejos, que no son tantos como se ve, y se aplica la paciencia y el cariño, podremos disfrutar de un niño sano y robusto muchos años en nuestro jardín.
Muy cierto. Lo malo es cuando se pone el riego automático. Y cuando no se quitan las malas hierbas. Ni se les habla.
ResponderEliminarY digo yo, si no te interesan ¿para qué tienes plantas?
De Uno que planta a una que escribe: me encanta la jardinería y, desde luego, estoy de acuerdo en que las plantas crecen mejor cuando se les habla.
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