martes, 26 de mayo de 2009

Mezquita con gambas

Debía yo de tener unos seis o siete años. Mis padres nos llevaron a Córdoba de viaje y después de un paseo caluroso por los alrededores acabamos entrando en la mezquita. Seguramente fue porque veníamos de la luz cordobesa del mediodía y el contraste con la penumbra me impresionó. Al mirar hacia arriba -a esa edad los niños siempre miran hacia arriba- yo no vi la sinfonía de arcos de herradura con dovelas rojas y blancas. Yo vi un montón de gambas de piedra, una detrás de otra, perdiéndose las últimas en la oscuridad. Mientras avanzábamos por las galerías, mi padre nos llevaba de la mano e iba explicándonos la mezquita, señalando las diferencias entre el arco cristiano de medio punto y el musulmán, pero yo sólo pensaba en el sabor salado y rojiblanco de los arcos, o sea, en las gambas. Yo no no veía la mezquita, me la estaba comiendo. Al salir sentí que me había dado un atracón de marisco y creo que por eso durante algún tiempo no volví a probar las gambas en la vida real. Ya me había llegado con las que comí en mi imaginación.
Es notable cómo la edad va acabando con estas sensaciones desaforadas que tan cerca están de la poesía. "El niño es el padre del hombre", sentenciaba Wordsworth. A uno le gustaría colarse por algún túnel y volver a contemplar las cosas con esa sorpresa, ese disparate, que te daba la niñez. Años después regresé de adulto a Córdoba y traté de hacer un ejercicio de memoria, como la madalena de Proust, pero no me salió. Para compensar el fracaso, me fui con mi mujer y unos amigos a tomarme una cañita con gambas en un bar de carretera.

4 comentarios:

  1. Esta entrada es extraordinaria.

    1- Los niños siempre miran hacia arriba. Oh.
    2- La imagen (muy gadita, por cierto) y casi cósmica de un cielo con gambas, que tiene algo de paraíso de huríes, ¿no?
    3- Y la media verónica final. Mucho mejor las cañas con tu mujer que una magdalena.

    ResponderEliminar
  2. Tú sí que has hecho un comentario torero, Enrique. Muchísimas gracias,

    JN

    Y enhorabuena por tu entrada de hoy...

    ResponderEliminar
  3. Es muy cierto que los niños están más cerca de la poesía que nosotros. Yo lo estoy comprobando con uno de mis hijos, de cinco años, y de vez en cuando escribo en mi blog sus ocurrencias. Así le servirá de recuerdo, y si en el futuro escribe poesía aprenderá una lección.

    Un saludo, llegué desde Ah de la vida.

    ResponderEliminar
  4. Yo que estaba aquel dia en la Mezquita, cogido de la otra mano, y atendía a las
    explicaciones arquitectónico-paternales con interés, te puedo asegurar
    que eran langostinos y no gambas. A ver si distinguimos, macho. Pero
    yo, que era un par de años más niño que tú, alternaba la mirada hacia
    arriba y hacia abajo, porque si no, te tropezabas con un pavimento muy
    desigual y en muy mal estado; eso sí que lo recuerdo.

    ResponderEliminar