Tras la ventanilla del tren que me lleva a Hamburgo, los árboles morados y el crepúsculo, como una pintura incesante de Friedrich.
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En el aeropuerto, a la espera de embarcar para España, empiezo a escuchar retazos de diálogos en el idioma patrio:
-La carretera que va de León al pueblo la arregló Zapatero. ¡Para que luego digan que no ha hecho nada Zapatero!
El alemán, poco a poco, lo voy entendiendo; el español, en cambio, creo que lo comprendo menos.
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Al llegar a Pamplona, me recoge mi mujer en coche y, a la segunda rotonda, un espabilado nos adelanta por donde menos se le espera.
-¡Pero qué burro, qué bestia!, grito de golpe, pero mi mujer no dice ni mú.
Sólo dos días después, cuando vamos todos en coche, vuelvo a quejarme y toda la familia me replica unánime:
-¡Qué pesado estás con Alemania para arriba, Alemania para abajo! Si tanto te gusta, te vuelves ya.
Cada vez te entiendo más. ¿O cada vez me entiendes más cuando te hablo de Alemania?
ResponderEliminarNo es bueno acostumbrarse a la civilización, por experiencia...
ResponderEliminarMae