miércoles, 22 de diciembre de 2010

Con el tiempo

...uno se encuentra con el mismo libro en la mesilla de noche. Al acostarse, lo abre por cualquier lado, relee tres o cuatro páginas y lo deja. Al cabo de las semanas, piensa que debiera escribir algo sobre él, pero no sabe cómo empezar. ¿Cómo empezar hablando del libro de un amigo?  No se leen las cosas de la misma manera cuando los poemas se te han hecho tan familiares, pero, en fin, lo voy a intentar.
Creo que es fácil ver las diferencias de este libro (a estas alturas unos cuantos habrán adivinado que me refiero a Con el tiempo de Enrique García-Máiquez) con los anteriores. Ardua mediocritas (1997) y Haz de luz (1997) descubrían, en sus mismos títulos, el deseo de deslumbrar con el ingenio verbal, pirotecnia de juventud que el poeta ha dejado atrás sin perderla del todo, porque es un rasgo amabilísimo de su personalidad literaria. Luego vino Casa propia (2004), que me sigue pareciendo su poemario más sólido, más acabado. Todavía no se le ha dado a este libro la importancia que merece, pero su misma perfección oculta tal vez la inseguridad de quien considera que no ha sido capaz de dar el salto definitivo. Y ahora llega la última entrega de Enrique, adornada de un título gris como su bella portada, acaso más despeinada que la anterior, pero provista de los poemas más intensos y emocionantes. Esto se llama, definitivamente, madurez. 
Juan Ramón Jiménez decía que la importancia de un autor se medía por la cantidad de poemas suyos que podíamos cita o recordar. Con el tiempo trae un buen puñado de poemas para guardar en la memoria o en la mesilla de noche.
Lo primero que llama la atención es cómo el poeta ha descubierto el dolorido sentir en sus elegías iniciales. Qué extraordinarios poemas los dedicados a su madre: "In memoriam", "Salto", "Albada", especialmente. Lo mismo se puede decir de "El hijo que no tengo", que, por suerte, no es verdad. Y de los poemas de amor a la esposa. A la hora de la siesta, "su pecho es una caracola/ donde resuena el mar". En poemarios anteriores el intelecto, la auto-ironía y el ingenio gobernaban muchos poemas de Enrique G-M. Aquí sucede igual, pero, me parece, encontramos dos novedades: la plasticidad y el asombro espontáneo. A veces, incluso, la poesía brota misteriosamente de una imagen ambigua o poco explicada, como cuando el poeta se dirige a su madre en este maravilloso poema, "Albada":

Nos vemos mucho más
desde que has muerto:
te veo cada noche
cruzar mis sueños.

La madrugada
-que es de cristal y alondra-,
nos desampara.

La madrugada, de cristal y alondra. Qué hallazgo.
Por lo demás, la fe cristiana sigue sosteniendo el mundo del poeta, si bien ahora queda probada y forjada en la adversidad del tiempo y de la muerte. La incertidumbre que descubren algunos poemas ("Blanco y negro", otro acierto) no debilita sus convicciones, pero sí las hace más próximas y emotivas. Que uno dude de muchas cosas en la vida no lo vuelve relativista, sino sabio. La poesía es el terreno contradictorio de la precisión y la ambigüedad. El autor lo sabe bien, y lo ha mostrado con inteligente y apasionada lucidez en este hermoso libro. 

3 comentarios:

  1. Querido Javier,
    Hace mucho que no paso por aquí, felicidades por la nueva estética y por el blog alter ego. Sólo desearte Felicidades para estas fiestas, una hermosa Navidad llena de bendiciones y un gran nuevo año.
    Saludos!

    Melusina

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  2. "Que uno dude de muchas cosas en la vida no lo vuelve relativista, sino sabio".

    Es un buen punto.

    Y es quizás uno de los atractivos de la escritura de Enrique (no sé si es clave en este poemario, pero pienso en el blog también).

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  3. Melusina: pues bienvenida de nuevo, y no huyas como tu tocaya... Feliz Navidad y un año estupendo para ti y los tuyos. Juan Ignacio: lo mismo te digo, aunque espero hacerlo en tu propio blog. Un abrazo.

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