martes, 12 de abril de 2011

Historia de un piropo

La coquetería, a veces, da sorpresas. Por la mañana Marina ha ido al trabajo un poco más tarde por culpa de unos recados y no ha tenido más remedio que dejar el coche en las últimas filas del parking de Derecho, cerca de las obras del nuevo edificio. En cuanto sale del auto, escucha cerca de ella un silbidito, algo así como un "pss", "pss". Los obreros, han sido los obreros, piensa. De inmediato hace una ronda visual por el aparcamiento para localizar al pájaro: sin resultado. Ya está olvidando el incidente cuando vuelve a sonar el silbo amoroso. Nueva investigación, ahora entre los coches próximos. Nada: el admirador continúa escondido. Marina, que es mujer responsable, decide pensar en su despacho y en las cinco horas de trabajo que la esperan, así que camina resuelta hacia delante. Pero justo en ese momento, a sus espaldas, otra vez susurra el "pss", "pss", implacablemente sincronizado. Se vuelve rapidísima y entonces, sí, ahora sí, descubre al culpable: la máquina excavadora que está dando marcha atrás en la obra de enfrente. Para mí y para otros oyentes de la anécdota, la conclusión está clarísima: ¡hasta las máquinas le echan piropos!

3 comentarios:

  1. El piropo fue al final tuyo, muy bien.

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  2. Buena anécdota. Los piropos ya son políticamente incorrectos y seguramente, dentro de poco, serán delito. Ándate con cuidado, Javier.
    Un abrazo,

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  3. Juan Ignacio: gracias por el piropo. Víctor: gracias por la advertencia. Procuraré no echar piropos ni a las máquinas excavadoras. Abrazos a los dos.

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