Esta mañana, a primera hora, fui como siempre a la cafetería de abajo de casa a comprar el pan. En la puerta un jubilado le chillaba al vecino de mesa:
-¡Yo peleo por lo que quiero!
El otro, roja la cara de la emoción, se le iba a las manos, mientras gritaba:
-¡Por el cambio! ¡Por el cambio!
En la televisión estaban reponiendo las escenas del debate.
Después, mientras conducía en dirección a la universidad, grupos de ciudadanos discutían en las aceras, levantaban consignas o proclamaban voces de desbocada pasión por sus líderes. "¡Mariano, Mariano!" decían unos; "¡¡Alfredo, Alfredo!!", les replicaban otros.
Por fin, al llegar al trabajo, mis colegas me preguntaban incrédulos:
-Pero, ¡cómo! ¿Tú no has visto el debate?
No, no lo he visto. Soy uno de los poquísimos, creo que el único español, que no lo vi. Lo siento, lo siento. No me lo perdonaré nunca jamás y arrastraré esta pena todos los días de mi vida.
No es por presumir, pero yo tampoco lo vi.
ResponderEliminarMe veo obligada a dejar un comentario, luchando contra mi costumbre, para decirte que no fuíste el único... Mientras mi familia veía el debate y ningún amigo me llamaba por teléfono porque veían el debate, pasé uno de los mejores ratos de la semana leyendo a Muñoz Rojas.
ResponderEliminarYo soy el otro español que no lo vio. ¿Pa qué?
ResponderEliminarPerdón: todo es de guasa, queridos amigos.
ResponderEliminarPues yo sí que no lo vi: ¡no tengo tele!
ResponderEliminarPues Javier, siento decirte que te has perdido lo mejor del año. Fue como un episodio de Los Roper... pero sin risas enlatadas. No se podía distinguir a Mildred de George.
ResponderEliminarUn abrazo,