lunes, 14 de noviembre de 2011

La mano desobediente


-No me toques.
Maria Magdalena desobedeció y , sobrecogida de curiosidad, rozó el vestido del Señor. Fue un segundo.
Y retiró los tres dedos de la mano izquierda como si hubiera recibido un calambre.
Luego vino lo que ya sabemos: las recomendaciones de Jesús para que hablara con los discípulos, la incredulidad de esa pandilla de cobardes, la confirmación de Pedro y Juan, las apariciones, la excitación, la locura por su regreso. No estuvo cuando lo vieron subir al cielo. Cuando se lo contaron, ella se quedó contemplando los tres dedos. Todavía sentía el calor.
Pasaron los años. Ella envejeció rápidamente, ya no era aquella mujer atractiva que se unió a los seguidores del Rabbí. Un día vino Juan a preguntarle por su experiencia. Su memoria de anciana todavía retenía lo fundamental.
Pero a nadie le contó que ella se había atrevido a desobedecer. Era su secreto, su único y verdadero secreto. Tampoco decía que desde entonces nunca había necesitado lavarse esos tres dedos que, firmes en el tiempo, no se arrugaban como el resto de su piel vencida. Y el día de su muerte, su sobrina no supo explicar porqué su tía María se había besado lentamente la mano izquierda antes de dar el último suspiro.

5 comentarios:

  1. ¡Qué poderosa fantasía!
    Digna de un apócrifo.

    (Quizás no era su exclusvo secreto. A como ya se practicara la confesión, quizás lo sabía Pedro).

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  2. Gracias, J.I. Pues bueno, no sé si lo sabía Pedro, o si me lo transmitió mediante revelación mística. En cualquier caso, sí, cuando lo terminñe, pensé enseguidas en los apócrifos.

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  3. Qué genial relato... Me ha encantado.

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  4. Gracias, Adaldrida. Tomo nota para salvarlo.

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  5. Javier: coincidencialmente, después de leer tu entrada, me encontré con un poema de Czeslaw Milosz, de publicación póstuma, que me hizo pensar en la imagen de tu "apócrifo": yo también quisiera creer que llegaré a ese país / y seguiré haciendo allí lo que empecé en la tierra. // Es decir, anhelar sin tregua y devenir yo mismo un anhelo, / y no llegar a saciarme nunca de tocar / la tela centelleante en el taller del mundo.//

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