Qué fuerte es la atracción del río, que casi nos produce la fascinación del mar. El Danubio en Budapest es mucho más que el Sena en París, o el Tíber en Roma. No en vano parte en dos la ciudad (o, en realidad, tres).
Aproveché varias veces para pasear por las calles, orgullosas y elegantes, a primera hora de la mañana. Me gustan las ciudades dormidas. De Budapest me llevo el recuerdo de la euforia matinal y la humedad que subía desde el río. También me traigo una lista de los lugares que no tuve tiempo de visitar. No pude ver el interior del parlamento, aunque una amiga me contó que es espectacular con sus cuarenta kilos de oro embutidos en láminas en la bóveda. Había un grupito de madrileños entretenidos en inteligentes comparaciones: "¡Puf! Pues en el congreso de los diputados seguro que hay más..." Antes me ilusionaba encontrarme con compatriotas en el extranjero. Ahora, cuando los veo (o los escucho, porque a los españoles se nos escucha antes que se nos vea), salgo corriendo en dirección opuesta.
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