En estos días pasaron dos películas por casa: Los chicos del coro y El silencio antes de Bach. La primera nos gustó mucho a mis hijos pequeños y a mí; la segunda la vi a las seis de la mañana, que no es una hora decente para ver nada. Al parecer, la película sigue la fortuna de la música de Bach, con distintas historias sin demasiado ilación. El resultado es a veces poético, otras monótono. Pero el tono general es pretencioso, desde el mismo subtítulo en alemán (Die Stille vor Bach) hasta las referencias, oh lá lá, a Frescobaldi, C.E. Bach, Locatelli, etc. Lo que menos me gustó -mejor dicho: lo que me irritó- fue una escena en la que un personaje muy leído está hablando sobre Bach con otro, requetecultísimo también, en una librería. De pronto, uno de ellos cuenta una historia de nazis. Resulta que a unos músicos judíos se les ocurrió formar un cuarteto de cuerda y se les permitió tocar delante de unas mujeres polacas que estaban en el campo de al lado. Las mujeres, nada más escuchar los primeros compases, empezaron a llorar desesperadas y a rogar que dejasen de tocar. "¿No os dais cuenta? Esto es demasiado para nosotras, con todo lo que sufrimos..." La belleza les había recordado su vida anterior y esto les aumentaba espantosamente sus dolores del presente. Termina el relato el culto personaje, el mismo que antes había estado poniendo los ojos en blanco cuando hablaba de Bach:
-La música hace daño, dice muy serio.
Y, acto seguido, en un plano simbólico, un clavecín en cámara lenta va cayendo al mar. Guau.
Si tanto daño hace, habría que decirle, que deje de escuchar a Bach. No es obligatorio. En realidad, la buena música, por sí misma, no hace daño ni nos transporta al cielo. No hace falta ir a la filosofía escolástica para saber que la belleza no es en si misma ni mala ni buena: todo depende de quien la reciba. Curiosamente o no, Los chicos del coro, una película comercial y facilona, lo ha entendido mucho mejor. La belleza puede salvar el mundo, decía Dostoievsky. Es decir: puede. Por eso, mientras escuchamos a Bach, podemos rascarnos la nariz o sentirnos felices, elevar el espíritu o decir tonterías.
-hola, Javier, soy Carlos, un saludo desde Vigo y voy a curiosear por aquí
ResponderEliminarLa música puede llegar a ser una obsesión, de hecho, fue una gran obsesión para los grandes compositores... y a muchos se les fue la cabeza. Pero para eso uno debe ser "genio". A Allen, judío, pensaba que Hitler invadiría nuevamente Polonia cuando sonaban las Valquirias, y cierto Coronel arrasaba todo humano con rasgos orientales desde sus helicópteros enchufando a todo meter las mismas Valquirias.
ResponderEliminarel eterno posible bien/mal que todos llevamos dentro. el talento es idéntico, en si potencia, para dar como resultado un acto bueno o malo ... y la música, desde luego, es algo potente, en el sentido filosófico y en el lenguaje callejero.
ResponderEliminaren cualquier caso, yo tengo la suerte de tener varias canciones y piezas como sustitutivas del PROZAC ("mas platon y menos prozac"), y doy gracias al Cielo todos los días por ello. Ahí va la que llevo machacando el último mes: concierto para piano y orquesta número 20 de mozart.