Aquella cena con el intelectual nacionalista que defendía sin posibilidad de réplica la ley de memoria histórica, el derecho a la autodeterminación, la transferencia de todas las competencias posibles y hasta la inteligencia superior de Zapatero.
-Pero conste que yo no estoy en contra de la idea de España. España es un buen invento.
Y, glup, de inmediato vació la copa rebosante de vino, como para olvidar lo último que acababa de decir.
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O aquella otra cena con el amigo de la izquierda radical, cultísimo hijo de buenísima familia que tenía entonces la novia en Barcelona. Qué gran defensor de la diversidad y de la tolerancia cuando hablamos de la guerra civil española, que a él le afectaba mucho, porque es extranjero pero vive en España desde hace veinte años. Pero qué raro cuando le dije que era una pena cómo se castigaba al castellano en Cataluña.
-¿Y por qué sería una pena? ¿eh? ¿Por qué sería una pena?
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Y la cena con amigos del PP que, en octubre de 2011, ya estaban pensando qué iba a hacer el futuro gobierno cuando resolviera la crisis.
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