lunes, 24 de mayo de 2010

Cementerio en Colonia


He tenido la oportunidad de estar en cementerios hermosos y aristocráticos (la Recoleta de Buenos Aires o el de Zagreb) y en otros humildes, pero de mucho mérito (en México, como cuento aquí). En Alemania he visto el de Colonia. Estábamos a finales de abril y toda la vida explotaba en colores: rododendros, tulipanes, jacintos, prímulas o narcisos reinaban en las tumbas alfombradas de plantas o amuralladas por pequeños setos. La ciudad de los muertos imitaba a la de los vivos. Así como las calles y plazas alemanas conviven con bosques y ríos en romántica armonía, a mí me tocaron días en que la primavera triunfaba ocultando lápidas y monumentos, señales rotundas de la muerte. Entre el desorden aparente, de pronto, nos encontramos con un centenar de lápidas alienadas en orden de formación: eran los soldados de la localidad caídos en la del 14 o en la del 39. La guerra iguala todas las muertes.
Mi paseo debió de durar cerca de una hora. Divagaba yo pensando que acaso los alemanes tengan una relación mucho menos trágica con su propio fin, algo así como la consecuencia natural de un proceso que ellos interpretan con la misma aceptación con que ven sucederse los ciclos de la vida. Todo invitaba a la serenidad: las escasas palabras que podían leerse en algún panteón sólo hablaban de consuelo y uno sentía la rápida superstición de que acaso los difuntos estuviesen allí mismo descansando de manera confortable. En medio de un sendero sombreado de árboles pasaba fugaz una ardilla. Así de medio feliz me encontraba, hasta que dí con una tumba diminuta de un niño de diez años. Sus familiares habían dejado un molinillo de colores, el dibujito de un oso y un helicóptero de madera. Soplaba una brisa leve. El molinillo y las aspas del juguete giraban a toda velocidad como un símbolo de que, cerca o lejos, el pequeño Martin jugaba eternamente. Me alejé del lugar con una tristeza enorme.

2 comentarios:

  1. Creo que se han hecho maravillas para casar a la muerte con la vida. Pero cuando hay un niño, eso ya no tiene solución. Es desolador.

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  2. "El amor más alegre
    que un entierro de niños"

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