Cuando estuve en Alemania, me emocionó la calidad de los cánticos de las iglesias. Una vez me metí en una misa en español y se me cayeron los palos del sombrajo. Comparados con la música alemana, seria, solemne y cuidada, los cantitos de la comunidad hispana intentaban ser alegres, pero eran muy poquita cosa.
Y, sin embargo, hace un rato me han prestado un cd de música colonial y me he encontrado con auténticas joyas de los siglos XVI, XVII y XVIII. Joyas que son religiosas y, al mismo tiempo, enormemente felices, y hasta divertidas, como se puede comprobar en este vídeo. Esta cachua serranita está dedicada a la Virgen. No sé si puede advertir en la grabación, pero es un repertorio de alabanzas teológicas a María. Al final el director termina bailando con una chica del coro. A ritmo de cachua, eso sí.
A mi me gusta mucho la música clásica. Sin ser un entendido ni mucho menos he tenido la suerte de ir a bastantes buenos conciertos en mi vida -cuando vivía en Madrid sobre todo, Manuela, mi ex y yo, íbamos a casi todo, Auditorio, Real, etc.-, pero al final siempre he concluido que la música, aun la clásica, es sobre todo latina y africana. Y que los grandes compositores europeos serían poca cosa sin los tambores y los gritos del sur. No quisiera pecar de idiota pero creo sinceramente que Rimski Korsakov me daría la razón...
ResponderEliminarUn abrazo,
Pues a mí la música clásica no es que me guste; es que me ha salvado la vida en ocasiones... Aunque tampoco tengo erstudios musicales, no sé si los cuartetos de Haydon o La pasión según san Mateo tienen tanta influencia latina o africana, pero, en cualquier caso, si no lo has leido, te recomiendo Concierto barroco de Carpentier. Hay dice mucho de la posible influencia de los africanos en la música occidental y , además, es una novela deliciosa.
ResponderEliminarDos botones de muestra de apoyo a Javier:
EliminarEn Viena, una Semana Santa. Oficio de Tinieblas del Viernes Santo en la catedral. Las lágrimas me corrían por las mejillas ante la belleza de los cánticos. Y, pese a que intentaba disimularlas tapándome la cara cual beata ensimismada en sus rezos, era mi familia la que intentaba disimular que me conocía de algo. Dos días después, misa de Resurrección en la parroquia hispana de la misma ciudad: ofertorio con la música (sniff!) de "Blowing in the wind" y letra banal adaptada a la ocasión. Nada que disimular.
Otro: salimos del Museo de Historia Natural en Londres y, como es sábado, decidimos oir misa en una iglesia sin mayor relieve que casualmente topamos de camino. Comienza la celebración y susurro a una de mis hijas: "¡Menudo coro más maravilloso!". Ella me mira con condescendencia y replica : "¡Qué va a ser un coro! Es un disco grabado." "Ya, digo yo, entonces los cuarenta chicos vestidos de blanco que tenemos detrás allá arriba están haciendo playback." Ella se vuelve con la boca abierta y aprovecho para rematar mi victoria: "Igualito, igualito que vosotros con la quitarra en nuestra parroquia."
Y no es que no valore sus actuaciones. Es que me he ofrecido para ensayar con ellos algo facilito de Palestrina o el gregoriano más sencillo del colegio y se han negado en redondo.