Baltasar Gracián, era, además del indigesto autor del Criticon, sacerdote jesuita. En uno de sus sermones le dio por anunciar que había recibido una carta escrita por un condenado desde el mismísimo Infierno.La ocurrencia causó temblores, no sólo entre sus oyentes, sino en sus superiores que decidieron buscarle las cosquillas a un orador tan imaginativo. La anécdota, aunque excesiva, pinta bien cómo eran los predicadores en el Barroco: buscaban a toda costa deslumbrar o interesar a sus auditorios, lo que hacía que no pocos de ellos fueran tan expertos en teología como retoricos consumados. O más aún, como se explica en Los cuentos del predicador. Historias y ficciones para las reformas de las buenas costumbres en la Nueva España de Manuel Pérez (Iberoamericana, 2011), con fines pedagógicos o doctrinales, los oradores sagrados utilizaban ejemplos profanos que eran, en sí mismos, pequeñas joyas narrativas. Se convertían en maravillosos cuentacuentos y su labor se acercaba a eso que hoy llamamos literatura. También eran hombres de teatro. En el mismo libro leo este testimonio de Valentín de Céspedes, jesuita del siglo XVII:
El predicador es un representante a lo divino, y no se distingue del farsante en las materias que trata; en la forma, muy poco [...] A Fray Francisco de Lerma vi desquijarrar al león de Sansón, y dejar José la capa en manos de la gitana. Otro pintaba el sacrificio de Abraham y el derribar de las columnas; lo hacía con tal propiedad , viveza y gracias que prorrumpieron los oyentes en aplausos gritados, siendo necesario parar hasta que cesase el tumulto.
No sé yo si hoy quedaran predicadores barrocos. En mi infancia gaditana todavía conocí uno de ellos, el padre Barreiros, párroco increíble de San Juan de Dios. A mi padre le encantaba llevarnos a su Misa para disfrutar con sus sermones desopilantes. El Padre Barreiros era un cura más bien maniático y cascarrabias, que siempre tenía a mano un pañuelito para plantárselo en la cabeza a la señora que acudía descubierta a comulgar. Pero, en cuanto empezaba su homilia de media hora, se nos caía la boca hasta el suelo, al ver a aquel venerable anciano brincar como un niño, poner voces en falsete para imitar al rey Herodes o correr por el altar para escenificar cómo los reyes magos cabalgaban encima de los camellos, mientras iba canturreando algo así como "pim-pim- pim-pimpianito" ¿Que tocaba hablar del diluvio universal? Allá que trepaba a todo correr hasta el púlpito, desde donde nos lanzaba rayos, truenos y relámpagos. ¿La multiplicación de los panes y los peces? El señor cura hacía la pantomima de una multitud hartándose de comer. Nunca olvidaré cómo explicaba los efectos de la confesión en el alma: era como si la Chari fuera con la escoba (aquí blandía una escoba invisible) a limpiar las telarañas del techo, y ¡pum, pum, pum!, (aquí le arreaba una tunda a las cortinas del altar) y pum, y más pum (un salto más) pum, y ¡ooooooohhhhh! (gesto de éxtasis), el alma ya está blanca, limpia, limpísima, más blanca que lavada con Ariel. El cura loco, le llamaban algunos en el barrio. A mí me parece que era un juglar de Dios.
Yo estoy de acuerdo en lo de la juglaría, y hubiera visto con placer al cura de que nos hablas. Pero también recuerdo una anotación de uno de los tomos del "Salón de pasos perdidos" de Trapiello, donde da cuenta de uno de esos predicadores que habría dicho desde el púlpito (literalmente): "La Virgen es como el cerdo: se aprovecha todo", comparación que es comprensible pareciera un poco excesiva a algunos. (Buscando en internet la frasecita, he encontrado un par de notas que la atribuyen a un tal D. Primitivo, párroco en un pueblo de Pontevedra; no se menciona a Trapiello). Seguramente, la virtud esté en un -no pálido ni puritano, sino jugoso- término medio.
ResponderEliminarA mi no me importaría que existieran más predicadores barrocos como este Padre Barreiros que tu comentas. El Barroco tendría sus defectos, que duda cabe, pero creo que hacer llegar la doctrina por la vía de los sentidos sin deformar criminalmente sus dogmas no es pequeña virtud.
ResponderEliminarEn mi parroquia hay un cura barroco. Un chico joven, costarricense, creo. Teatral sin excentricidades, magnífico orador, sólido en doctrina, comprensivo y gracioso hasta cuando blande la espada de Trento. Consciente de que el castellano que se habla en España es más duro de expresión que el que se habla en Hispanoamérica, intenta adaptarse y en ocasiones se le va la mano. Consigue, y esto lo he visto en pocos curas, interesar a la vez tanto a mayores como a niños. Sus homilías son las únicas que mis hijas comentan en casa. Lo de "juglar de Dios" le viene al pelo.
Recuerdo que un poeta barroco, Alonso de Ledesma, tiene una poesía dedicada al Santísimo Sacramento al que compara con una serie de cosas de una forma que hoy tendriamos como blasfema. El Barroco tiene el peligro de la exageración sin medida: esa comparación de la que habla Trapiello es de evidente mal gusto.
ResponderEliminarPero, bueno, sí, estoy totalmente de acuerdo con el Embajador en que los predicadores podrían ser más barrocos, como mi entrañable sacerdote gaditano. Seguramente porque creía firmemente en aquello que decía.
Bueno, en Cádiz, también estaba el padre Loring, jesuita como Baltasar Gracian, y gran conocedor sobre la Sábana Santa. Cualquiera que le escuchaba se quedaba perplejo por la rotundidad de sus contenidos como por sus exageradas formas. Ojalá hubiera más sacerdotes que no hicieran dormir al asistente. La misa debería ser un centro de atención para evangelizar. Cabría preguntarse que responsabilidad tiene la jerarquía eclesiástica en este sentido. Para mi, además de la gran crisis de valores hay una nefasta gestión de esta crisis. No digo que se convierta en un espectáculo... pero ¿cuán importante es que después de ir a misa tus hijos propongan temas de debate sobre lo que oyeron? La única forma es captando su atención. Otra cosa, sería un milagro.
ResponderEliminarUn matiz: lo que va de cura loco a predicador barroco es el efecto que causen sus excentricidades, de modo que tu padre y tú, y las embajadorcitas, dignificabais el ejercicio de esos sacerdotes. "Juglares de Dios", que es lo máximo, lo serán si le hacen gracia a Él, que seguro.
ResponderEliminarBien me gustaría a mí escuchar la oratoria sagrada del XVII. Y conseguir conmoverme en una homilía, cosa cada vez más difícil, que no digo yo imposible. ¿Imaginan ustedes a don Miguel de Mañara convirtiéndose por oír uno de esos discursillos, de autoayuda o de manual de sociología, en los que se han convertido los sermones ?.
ResponderEliminarReciban mis saludos.
Reciban ustedes mis saludos.
¡Uy! ¿Por qué Gracián es autor indigesto del Criticón? A mí me parece que tiene una prosa aún más clara, sencilla y directa que la del Quijote, y es un educador del estilo, precisamente en las antípodas de la prosa indigesta que dices.
ResponderEliminarSolo por ilustrar lo que digo (y perdón por la autocita) <a href="http://embajadorenelinfierno.blogspot.com/2011/12/la-embajada-les-desea-una-feliz-y-santa.html>esta poesía de mi hija de 11 años</a> está directamente inspirada por una homilía del cura este que digo. Lo interesante es que la poesía se escribió un año después de la homilía.
ResponderEliminarEn un librito escrito por mi padre (Un paseo por el barrio del Pópulo) se describe, de pasada, alguna anécdota más del predicador: "Esn este templo decía el misa el bendito Padre Barreiro. Los acompañaba con una mímica admirable. Una vez, del esfuerzo, se desmayó en pleno oficio. El sacristán y yo, que estábamos cerca, nos apresuramos a ayudarle. Es que fíjese usted -decía el sacristán-, el optro día al comentar cómo iba Jesús con los Apóstoles en una barca por el lago Tiberiades, empezó a gesticular como si remara, y remaba, remaba y remaba, y lo hacía con tanta energía que a los que estábamos cerca es que nos mojaba".
ResponderEliminarjajaja! Buenísimo.
ResponderEliminarYo me apunto a esos sermones. Me parecen geniales. ¿Dónde están esos curas? A propósito del "Juglar de Dios", Javier, no sé si has visto alguna vez a "El Brujo". Yo lo he visto en "El Lazarillo" y en "San Francisco, Juglar de Dios", y en esta última obra es sencillamente magistral. Enamora con la palabra. En el pueblo de mis padres, en O Rosal (Pontevedra) se cuenta de un cura muy aficionado a jugar al tute que pasaba la noche en una timba y por la mañana en la primera misa, en lugar del "dominus vobiscum" entonaba "las cuarenta en bastos", para sorpresa de todos los feligreses. No sé si esto tiene algo que ver con el tema...
ResponderEliminarUn abrazo,
Bueno, lo del cura que entonaba las cuarenta en bastos, sería muy divertido, pero igual no era súper eficaz desde el punto de vista apostólico. Creo que "mi" cura intentaba ser apostólico muy en serio, aunque para eso hiciera tanta comedia (y se lo pasaba en grande, eso seguro). No conozco lo del Brujo: miraré. Gracias y un abrazo,
ResponderEliminarMe acuerdo, aunque era chiquitito.
ResponderEliminar