Puede que alguno todavía me crea paseando por Münster y viendo cosas raras a cada esquina. No es así. En esta semana larga he viajado de un lugar a otro y no es bueno tanto movimiento para la escritura. El fin de semana pasado me escapé a Bruselas, invitado por unos buenos amigos, y, como ya es plaza que visité en alguna ocasión, aproveché para conocer otros lugares menos bombardeados por la turistada.
Para ser realistas, Bruselas no es ciudad de lugares memorables. Son prescindibles el muñequito meón y el monumento a las bolas, también conocido como Atomium. En cambio, uno no debiera perderse la grand platz y, quizá, tampoco la Catedral. Por lo demás, si el viajero va, como suele, con prisa, lo más probable es que saque una idea más bien mediocre de la ciudad. Los bruselenses han puesto esfuerzo en destrozar ellos solitos y sin la ayuda de ninguna guerra mundial, su centro histórico. Sin embargo, en el caso de que se tenga paciencia y algún día más, me atrevo a dar el consejo de pasear por la ciudad alta, los barrios aristocráticos del sur, la avenida Tervuren. Pueden asomarse al exquisito Museo Van Buuren (aquí) o al espectacular palacio Stoclet (aquí), tan verdadero que sólo se puede admirar desde el exterior. Bruselas puede vanagloriarse -pero no lo hace-, de ser una de las ciudades con mayor patrimonio de art decó de Europa.
En este último viaje estuve en la Maison Autrique, una de las primeras casas realizadas por Victor Horta (quien también tiene museo en la ciudad). Está en un barrio medio moruno y decadente. Es una bella muestra de la arquitectura elegante de principios del siglo XX y, para los amantes del cómic belga o de la literatura fantástica, también tendrá alguna sorpresa, como la imagen de aquí arriba. La sorprendí en una de sus fantasmagóricas habitaciones.
Para ser realistas, Bruselas no es ciudad de lugares memorables. Son prescindibles el muñequito meón y el monumento a las bolas, también conocido como Atomium. En cambio, uno no debiera perderse la grand platz y, quizá, tampoco la Catedral. Por lo demás, si el viajero va, como suele, con prisa, lo más probable es que saque una idea más bien mediocre de la ciudad. Los bruselenses han puesto esfuerzo en destrozar ellos solitos y sin la ayuda de ninguna guerra mundial, su centro histórico. Sin embargo, en el caso de que se tenga paciencia y algún día más, me atrevo a dar el consejo de pasear por la ciudad alta, los barrios aristocráticos del sur, la avenida Tervuren. Pueden asomarse al exquisito Museo Van Buuren (aquí) o al espectacular palacio Stoclet (aquí), tan verdadero que sólo se puede admirar desde el exterior. Bruselas puede vanagloriarse -pero no lo hace-, de ser una de las ciudades con mayor patrimonio de art decó de Europa.
En este último viaje estuve en la Maison Autrique, una de las primeras casas realizadas por Victor Horta (quien también tiene museo en la ciudad). Está en un barrio medio moruno y decadente. Es una bella muestra de la arquitectura elegante de principios del siglo XX y, para los amantes del cómic belga o de la literatura fantástica, también tendrá alguna sorpresa, como la imagen de aquí arriba. La sorprendí en una de sus fantasmagóricas habitaciones.
La mención a Víctor Horta me recuerda una duda: sus seguidores son... ¿horteras?
ResponderEliminarNo sé... hortista.
ResponderEliminarA mi, Bruselas, me harta, siempre que he ido he acabado con dolor de cabeza.
ResponderEliminarSaludos desde BsAs (voy a ver si encuentro algún libro en el Ateneo).
David
Pues a mí Buenos Aires sí que me encanta. ¡Qué maravilla de ciudad! Que la disfrutes...en el Ateneo o donde sea.
ResponderEliminarDavid, ¿no será que el dolor de cabeza te lo dan las cervezas? Acabo de llegar de Bruselas, algo que ya sabía el autor del blog. Mi segunda impresión de la ciudad es que hay que currársela. Tiene más de lo que parece, pero no es muy accesible. Hay mucho más que cerveza, mejillones (malos) y chocolate.
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