martes, 17 de enero de 2012

Cela, diez años


El día que Cela murió, el telediario público del mediodía dedicó sus treinta minutos de duración a glosar su vida y milagros. De pocos se dirá que se hayan despedido del mundo con tanta pompa y circunstancia. Ahora, diez años después, cabría preguntarse qué fue de aquello y cuáles son las huellas que nuestro último Nobel ha dejado en la literatura universal. Lo cierto es que la concesión de aquel premio fue una sorpresa fuera de nuestras fronteras. A Cela se le habrá traducido mucho, pero se le ha leído poco en el extranjero. Su literatura, esperpéntica y solanesca, encaja admirablemente en la tradición española, cierto, pero es de áspera comprensión para el forastero. El mejor de sus puntos –la sonoridad de su prosa- se desvanece en las traducciones y, de esta manera, su suerte corre pareja con la de uno de sus maestros, el gran Valle-Inclán. Cela fue un extraordinario genio verbal, ni más ni menos. Otros valores propios de la gran literatura, como la creación de personajes, la invención de la trama o la puesta en escena de asuntos de hondura, están relegados al pesimismo naturalista que impregna todos sus libros. Y este es quizá el problema que encontrará un lector exigente que se aproxime a Cela desde otra lengua: su mundo desaforado suena extrañamente opaco, casi animal. Mear, cagar y fornicar no son las operaciones más complejas que puede realizar el ser humano.
Con todo, sería una simplificación burdísima etiquetar a Cela como si fuera un coleccionista de suciedades. Es verdad que vio la oportunidad de crearse una imagen de provocador castizo, un cruce entre el Quevedo semilegendario y ese pariente caradura que venía del extranjero por vacaciones. Sin embargo, sus exabruptos también cumplieron una misión saludable. En una España cateta y solemne, donde decir “coño” o “joder” era pecado mortal, don Camilo dio una lección de frescura, en todos los sentidos. Tal vez fue, por debajo de esa apostura cachonda, un hombre muy serio y ambicioso. Llegó a convertirse en un gran gestor cultural. Entre sus méritos reales está el ser fundador de la editorial Alfaguara y haber dirigido Papeles de Son Armadans, una de las revistas literarias más interesantes de la postguerra.
Pero, sobre todo, lo perdurable de Cela descansa en aquellos títulos de los que siempre se habla cuando se le cita, aquellos que forman sus primeras décadas de escritura fecunda antes de la consagración, la Real Academia y la cornucopia de premios nacionales e internacionales. En esos libros juegan un partido interminable el amor por la vida contra la angustia tremenda ante el dolor y la muerte. Pienso en sus deliciosos relatos de viajes, en sus dos novelas terribles -La colmena y La familia de Pascual Duarte- o en esas hermosas memorias de infancia que componen La rosa. Ahí, en sus mejores y más bellas páginas, se palpa un amor socarrón por el idioma, que es, sin duda, el mejor legado que los lectores españoles podemos agradecer y disfrutar de nuestro premio Nobel

1 comentario:

  1. Estos días en la prensa gallega ha salido bastante su hijo lamentando en qué se ha convertido el recuerdo o el olvido de su padre. En lo que fue al final, un tipo grosero, zafio y un poco idiota, más preocupado de salir en el "Hola" aterrizando su gruesa humanidad en paracaídas sobre un campo verde y aplaudido solo por su segunda señora, más que en un escritor.
    Como tal solo recuerdo de él los dos libros que citas, más "Cristo versus Arizona" que también me impactó. Pero la reseña resulta adecuada. Fue un tipo como Fraga, uno exuberante, excesivo y loco, del que creo que no quedará nada al final. Con el tiempo.
    También Fraga, al que tengo muy identificado con él, nos vendió una película, la del político honrado, que no se enriqueció personalmente con la política, pero que usó la política para lo que le dio la gana. La Cidade da Cultura, el mayor agujero y robo al bolsillo de los ciudadanos gallegos es obra suya. Su capilla ardiente no está en el piso de 90m2 de Madrid que hemos visto en El País y en el ABC, sino en las hectáreas semiconstruidas de 4.000 millones de euros del Gaiás.
    Fraga, Camilo, creo que se parecían mucho.
    Sic transit...

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