lunes, 22 de junio de 2009

Antonio Pereira


"Si eres un cuentista aplicado no van a alabarte también como poeta, las dos virtudes no", escribió Antonio Pereira, el cuentista leonés finado hace un par de meses. A él no le reconocieron como poeta, no sé si justa o injustamente. Me faltan lecturas suyas. Pero el cuento es vecino de habitación de la poesía, así que supongo que Pereira debió de acertar en los dos géneros. En fin, yo hasta ahora me he quedado en sus deliciosos libros de cuentos y aprovecho aquí para recomendarlos, sobre todo El síndrome de Estocolmo y Los cuentos de la Cábila.
Antonio Pereira fue un gran cuentista: en estos días he releído sus relatos sobre gentes del noroeste peninsular, paletos ilustrados y viajeros extravagantes que regresan al pueblo después de andanzas misteriosas por el mundo. Son historias de cuando España era un país chichimeco y provinciano, contadas sin acidez y con socarronería, en ese estilo suelto y cuidado que siempre le definió. Me he vuelto a reír leyendo las aventuras de un leonés ligón en la Rusia de los años setenta y he sentido la tristeza de uno de los relatos más tristes sobre la muerte que he leído, "Obdulia, un cuento cruel". Me da un poco de pena que Pereira no haya sido más conocido, aunque tuviese sus lectores y su prestigio. Tal vez fuera porque sobre todo destacó en el cuento, ese género tan injustamente maltratado en España; o tal vez porque fue un espíritu independiente, al que no le importó, por ejemplo, hacer un prólogo a un libro de espiritualidad sobre la Virgen, él, que tantos chistes picantes metió en sus cuentos. En el fondo, para Pereira, no estaba reñida la vitalidad con la devoción, pero esto también es un matiz, y no vivimos en tierra de matices.

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