lunes, 1 de junio de 2009

Pamplona la loca

Un alumno me pasó un poema que se titulaba así. Los versos estaban bien, pero lo mejor era el título: Pamplona la loca. Es tan sorprendente, tan disparatado, unir estos dos conceptos que a quien se le ocurrió sólo puede ser un poeta, aunque sea en ciernes. Difícilmente encontrará uno en España una ciudad más sensata y previsible: los servicios públicos funcionan, las calles son amplias y limpias, los edificios están armónicamente separados por zonas ajardinadas. En los bares los camareros son de una sequedad espectacular: te sirven el pincho de tortilla de patatas con la misma seriedad con que podrían estudiar un manual de derecho administrativo o asistir a un discurso de Rajoy. Los extranjeros (incluyo aquí andaluces, extremeños y murcianos) se sienten un poco intimidados ante una eficiencia que confunden con antipatía.
Por suerte Pamplona está loca, aunque no lo parezca. La poesía, si es verdadera, acierta siempre. En el poema de mi amigo se hablaba del sempiterno tema del clima. Si no te gusta la temperatura, se suele decir, no te preocupes porque en cinco minutos cambia. El otro día lucía el sol y, en un ir y venir del viento, bajamos quince grados y cayó un pedrisco que machacó las hortensias de nuestro mini jardín. El tiempo pamplonés había mordido las plantas como un loco furioso.
Decía Chesterton que no hay peor loco que aquel que siempre se comporta como una persona razonable. Dios ha bendecido a Pamplona con un clima paranoico que explica las pequeñas locuras de sus habitantes. Y no faltan los ejemplos. Llevamos varios meses asistiendo a una campaña local para salvar por enésima vez al equipo local de fútbol del descenso de categoría. La sociedad se ha movilizado en torno a esta causa irracional. Chistes, camisetas, pancartas, programas de radio y televisión... Todos unidos en torno a un lema: "Yo no bajo". Un vecino mío ha compuesto un himno con una ligera variante: "Yo no bajo, amigo mío". Lo han premiado por votación popular y el Diario de Navarra le ha dado un premio económico. Para quienes no somos futboleros, y menos osasunistas, es un espectáculo incomprensible. Además, ahora que Osasuna ha logrado la gesta de ganar al Madrid, algunas calles han quedado hechas un pena por culpa de la cogorza foral. Pero por lo menos se demuestra una cosa: Pamplona no es una ciudad enteramente sensata; es decir, no está totalmente loca porque de vez en cuando se permite hacer cosas totalmente innecesarias o inútiles. Es falso que Pamplona haya salvado a Osasuna. Ha ocurrido justo al revés: Osasuna ha salvado a Pamplona del descenso a la locura -el aburrimiento- total.

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