martes, 8 de marzo de 2011

Cultura

Cuando uno era joven, traducía a Tito Livio y leía a Thomas Mann. Largas horas sosteniendo entre mis manos los volúmenes que custodiaban siglos de cultura. Largos, larguísimos ejercicios que me habrían de preparar para que yo contribuyese también con mi esfuerzo intelectual a la civilización y el humanismo. Larguísimas horas sublimes esperando la Iluminación.
Ahora se hace la luz, tecleo mi mensaje y espero ansioso la llegada de los bárbaros.

4 comentarios:

  1. Aclaro: esto es un cuento. Yo jamás he sabido traducir bien a Tito Livio ni mis comentaristas son unos bárbaros.

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  2. "¿Y qué será ahora de nosotros sin bárbaros? / Esos hombres, después de todo, eran una solución". (Kavafis dixit, las reclamaciones, a él). Y aclaro: esto es un poema -el de Kavafis, digo.

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  3. Necesitamos a los bárbaros, o a lo que sea, pero que nos lean, nos escuchen...

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  4. Los bárbaros no llegan ni antes ni después, aunque se tema o se anhele su llegada. Siempre llegan en el momento justo. Porque inexorable es su ley, digo, es un decir. (Disculpa la licencia.)
    Saludos.

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