lunes, 9 de noviembre de 2009

Despistes y franquicias

Ayer hice la compra del Día y, como siempre, me olvidé de algo, creo que del pegamento. El despiste es una señal que se imprime en el alma como un sello lacrado: te lo imponen desde la infancia y ya no hay forma de que te lo quites nunca jamás. "Javierito es muh lihto, pero muh dehpihtao", decía mi abuelita, y aquellas palabras eran una prueba de que, en medio del alzheimer, tenía por lo menos un cincuenta por ciento de aciertos. Para consolarme, me digo que los despistes, si no son prueba de sabiduría práctica, al menos suelen ser indicio de algún otro tipo de conocimiento... "Ah, esa manía incorregible de estar siempre pensando en otra cosa. Y todo es siempre otra cosa, secreto de la poesía", escribía, sabio una vez más, Mario Quintana. Sí, es verdad que gracias a la poesía puedes pensar que una cosa llegue a ser otra: el ruiseñor es un ramillete de plumas, los rinocerontes son como carros de combate y el cielo se prolonga de paloma en paloma. En fin: una manera nueva y distinta de mirar el mundo, una forma de amar la vida.
Pero seguramente los poetas son despistados. Siempre lo han sido. Por culpa de ir por la vida tejiendo palabras, se les olvida pensar en la realidad inmediata. Recuerdo hace muchos años una conferencia de Francisco Brines en la que éste contaba que una vez iba concibiendo un poema mientras conducía y de pronto se saltó un stop: por poco se mata. Desde entonces, aseguraba muy serio, jamás pensaba en sus versos cuando iba al volante. La relación de los poetas con la conducción automovilística suele ser más bien regular y, sin duda, hay que atribuirla a este rasgo fundamental de su carácter que, curiosamente, ha sido silenciado o ignorado durante mucho tiempo. No hay por qué extrañarse: el poeta moderno tiene un punto de soberbia superior a la media de los humanos, que ya es decir, y por eso no le gusta reconocer un defecto tan risible. Fernando Pessoa escribió uno de sus mejores poemas, "Al volante por la carretera de Sintra", y eso que le daba pánico conducir. No me vale la excusa de que lo firmase con el heterónimo de Álvaro de Campos. Todo el mundo sabía que era él quien lo escribía.
Antes he adjetivado con toda intención que son los poetas modernos quienes más tirria le tienen a reconocer este tipo de carencias tan menores, tan humanas. Y es lógico, porque la poesía occidental desde Victor Hugo está llena de genios y titanes visionarios, al menos sobre el papel. Voces que proceden de regiones desconocidas susurran o resuenan con un tono profético, oracular. "Yo sé un himno gigante y extraño", asegura Bécquer. Y "yo sé los nombres extraños/ de las yerbas y las flores", le replica Martí. Ya en pleno siglo XX Eliot, Pound, Valéry, Juan Ramón, Rilke y tantos otros indagan en la palabra como revelación de un mensaje válido para las generaciones presentes y del porvenir. Neruda, el más ególatra de todos, se sube a las alturas de Machu Picchu y proclama: "Yo vengo a cantar por vuestra boca muerta". Toma ya, ahí queda eso: cualquiera le dice a Neruda en ese momento que se ha dejado la agenda en el coche.
Ahora ya vivimos en un nuevo milenio y quizá nos sentimos menos seguros. Por eso a mí me gustaría que se hablase más del tema que ya intuyó Quintana y que seguramente es más poético de lo que parece. El problema -ya lo decía Rilke- no son los temas, sino la forma con que los tratamos. A lo mejor algo tan aparentemente trivial como el despiste puede dar mucho de sí. Desde luego quien lo supo poetizar con humor y sabiduría fue José Antonio Muñoz Rojas. Dedicó un libro completo a la cuestión, Objetos perdidos (1997), y allí nos dejó versos admirables ("Señor, que me has perdido las gafas,/ por qué no me las encuentras?"; "Nada se pierde dentro, todo queda"; Dónde puede dejarse el alma, dónde?"). Por eso lo mejor será finalizar con un poema suyo, entero, antes de que se me olvide:

Siempre. No digas siempre,
o si lo dices, dilo con un beso
y será siempre para siempre.
Caminando y perdiéndome
en busca siempre de ese siempre,
que cuando llego ya se ha ido.
Y me quedo sin siempre para siempre.




3 comentarios:

  1. Escribo el comentario ahora mismo para que no se me olvide felicitarte por esta entrada tan excelente.

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  2. Ah... pues, oye: ¡¡muchas gracias!!

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  3. ¡¡¡OOOOOOOLÉ!!! Pero qué buen post...

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