viernes, 27 de noviembre de 2009

Un amigo que se fue

Seríamos más indulgentes con tantas personas que nos rodean si por arte de magia pudiéramos asomarnos al tiempo en que fueron niños alguna vez. Cuando nos encontramos con los amigos y compañeros del colegio, de pronto nos sentimos íntimamente comprendidos antes de empezar a hablar. No vemos, quizá, a ese señor calvo que nos contempla sonriente, sino al niño travieso que fue alguna vez igual que nosotros.
Esta semana he abandonado el blog, debido al dolor que me ha producido la trágica noticia de la muerte de un amigo y compañero de toda la vida. Javier tenía el mismo nombre que yo. Los dos nacimos en Cádiz y por nosotros corría sangre navarra, habíamos estudiado en los mismos colegios y en la misma universidad, nos casamos casi a la vez y tuvimos el mismo número de hijos, cinco, para colmo repartidos en edades muy parecidas. Aparentábamos caracteres muy distintos: él era un hombre excelente, inquieto y vitalísimo, dotado, además, de una guasa gaditana explosiva y carnavalera. Fue siempre un enorme aficionado a toda clase de deportes, y también al mar y, ay, a la montaña. Pese a las diferencias, creo que siempre nos sentimos muy cercanos el uno del otro, no sólo por las afinidades que ya conté, sino, sobre todo, porque compartimos esos años infantiles, tan entrañables, tan lejanos, tan eternos que se dijeran suspendidos fuera del tiempo.

12 comentarios:

  1. Emocionante entrada. Yo le dedicaré mi artículo del domingo en DC. Abrazo muy fuerte, E.

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  2. Lo siento mucho, Javier. Por el ay que pones antes de la montaña parece que ha tenido algo que ver con la desaparición de tu amigo. ¿Es un montañero que se perdió, por un casual? Algo leí en los periódicos. De todas formas da igual cómo se va la gente, la cuestión es que nos dejan solos. Mucho ánimo.

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  3. Gracias. Sí, era el montañero que se perdió y se mató al caerse, ya de noche, por una pared muy alta.

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  4. Qué horror, cuánto lo siento. Rezaré.

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  5. Gracias a todos. Y también gracias por rezar.

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  6. Lo siento Javier. Hay veces que Dios, sin miramientos, se lleva a los que más quiere. Un abrazo fuerte, JG-M

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  7. Cuando quiero evitar el odio o la indiferencia hacia alguna persona, me basta con intentar representármela cuando era un niño pequeño ilusionado e ingenuo. Y verlo con la mirada de su madre.

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  8. Fíjate el valor que tiene el recuerdo de la infancia - ¡y cuánto habrá que cuidarla!- si cuando vamos creciendo aún no hemos terminado de asimilar lo que aprendimos entonces... y recogiendo el comentario de Anónimo, te sirve para ser feliz, porque te ayuda a despojarte del odio y la indeferencia...

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  9. Álvaro y los comentarios anónimos: muy bien!

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  10. Querido Javier:

    Comparto buena parte de lo que dices -y de los sentimientos que expresas- en esta entrada.

    Creo que es difícil escribirlo mejor, así que no voy a decir nada más.

    Me ha gustado, por cierto, conocer tu faceta de "globero" en el ciberespacio.

    Saludos desde Cádiz.

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  11. Fui testigo de esa etapa en el colegio y siempre tuve esa sensación: los dos Javier, los dos con orígenes del norte, los dos brillantes en los estudios. Aparentemente eráis diferentes pero en el fondo muy parecidos y/o quizás complementarios, no sé. Tuve la suerte de trataros a los dos; a ti más en EGB y a él en BUP y por competiciones deportivas, salidas campestres y correrías nocturnas.
    Luego os perdí la pista a los dos, primero a ti y más tarde a él, aunque con él guardé alguna conexión a través de sus hermanos y amigos que regresaron de Navarra.
    Un saludo Javier y sé que El Pelusa nos observa con esa mirada burlona, pícara y cachonda desde el cielo.

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  12. Gracias, NGG, por tu comentario tan emotivo. Pasados unos meses, me sigo acordando de mi tocayo, que seguro nos mira con esa mirada burlona y cachonda en el Cielo, como muy bien dices.

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