Las hay bellas y coquetas, y otras pulgosas y bohemias, con aspecto de resistente. Las hay cultas y antiguas, y otras que mezclan libros horteras, discos de vinilo y juguetes made in China. Las hay muy glam y muy snob, como la del Ateneo Grand Splendid, la librería más grande de América del Sur construida a partir de la remodelación de un teatro de principios del siglo XX. A ese magnífico local iba Horacio Quiroga a ver películas durante su época de crítico de cine. Hay librerías que te dejan un recuerdo casi imborrable en los dedos, mugrientos de haber palpado saldos a dos pesos. Y otras, en cambio, que huelen a maderas venerables. Así es la Librería el Gliptodón, que yo no conocía. Ingresas en una estancia colmada de libros y litografías y luego tienes que agachar la cabeza para acceder a otra habitación más pequeña donde está el dueño tomando un mate con tres clientes. Te dan un papel en donde te informan de que, el día que hagas una compra superior a veinte pesos, tienes derecho a un café o un té (sin recargo) y una mesita donde puedes pasar un buen rato leyendo. Lo que no sé es qué van a hacer cuando tengan tres clientes en la misma situación al mismo tiempo.
No obstante, mi favorita es Platero, en la calle Talcahuano. Se supera una primera planta con el aspecto conservador y poco atractivo de una librería para abogados y se baja al fondo por una escalerita de caracol que conduce a un sótano-paraíso del bibliófilo. Una vez me encontré abriendo una vieja edición de Las montañas de oro de Lugones y me saltó revoloteando un recorte de periódico que cayó a mis pies. Lo recogí y me encontré con dos poemas de Enrique Banchs, un notable poeta argentino muy admirado por Borges. Uno de ellos nunca se había publicado en un libro pero, como está prohibido tener tanta suerte en un único día, era el peor de los dos.
Ese Ateneo debe de ser el que está en Santa Fe y que alguien trató de imitar aquí en Sevilla, en el local del antiguo Cine Imperial. Si en Tortoni hay cola, hay una confitería de nombre inglés en la esquina de Florida, donde dan un café extraordinario. ¿No estuviste en El Túnel?
ResponderEliminarCierto, está en Santa Fe. Respecto al local de Florida, no soy muy cafetero y no paré donde dices. La verdad es que Buenos Aires también da para hablar mucho de sus cafeterías, o confiterías, con su decoración de pastiche, alguna de ellas "casi marmórea", como dice Bioy Casares.
ResponderEliminarLa Boston, lástima no haberlo recordado en el momento.
ResponderEliminarDebo decir por otro lado que con algunos nombres de librerías me has sorprendido y las visitaré.
Perdón, Bristol.
ResponderEliminarPues ahora que recuerdo, Aquilino, estuve la penúltima vez en El Túnel: una de las mejores, creo, que hay en la ciudad. Sobre todo en lo que se puede decir de librería-librería, sin adornos.
ResponderEliminar