lunes, 5 de octubre de 2009

Reencuentro

Durante años viví en aquella casa sin que nadie me dirigiese la palabra. Y eso que yo era de la familia. Mi hija, mi yerno, y mis dos nietos salían todos los días corriendo en dirección al trabajo y el colegio. Luego, el silencio de las horas y el ritmo del reloj. Una persona anónima venía para cuidarme y, apenas terminaba conmigo, me abandonaba como a una cosa, empeñada en limpiar cada rincón. ¿Quién me liberará de este encierro?, me he preguntado tantas veces. Desde mi lugar escuchaba el rumor de la vida a las seis de la tarde, la llegada de los niños, hablando, riendo, gritando. En alguna ocasión, con las primeras luces del día, podía ver a Rosana, mi mujer, la mujer con quien había vivido tantos años. A ella también la tenían encerrada, pero podía incorporarse y pasear por la casa. Se levantaba temprano para estar conmigo. Siempre se paraba en la puerta y me miraba, me miraba con los ojos mojados por la tristeza. Luego se iba y no volvíamos a vernos hasta muchos días después. Y ya no pude más. “Rosana, Rosana”, pensé. “Hoy me levantaré; hoy estaremos juntos para siempre”. Eran las siete de la mañana. El día empezaba. Escuché sus pasos inconfundibles. Por fin salí del cuadro y esperé.

10 comentarios:

  1. Pues te digo lo mismo que a tu casi tocayo, Juan Antonio: muchas gracias a los dos por vuestros comentarios: son estimulantes de verdad.

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  2. Me ha gustado mucho el relato, y el final estaba muy bien guardado. Enhorabuena.

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  3. Bueno, bueno, pues muchísimas gracias, José Miguel...

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  4. Un relato triste e inquietante. Está muy bien la observación desde el cuadro, cuando ya sólo, hemos sido.

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  5. Siempre hay ciertos cuadros con los que te preguntas, ¿qué pensará este tío?

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  6. De una ternura cautivadora, nada blandengue ni ñoña.
    Te felicito

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  7. Gracias de nuevo. No se me ocurre nada que decir de los microcuentos que voy escribiendo porque me parece que ya he escrito todo lo que debía cuando los he terminado.

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