jueves, 29 de octubre de 2009

Mate uruguayo


Es verdad que Montevideo y Buenos Aires se parecen en muchos aspectos, desde el desfile de espléndidos edificios art decó hasta esas veredas torturadas por las que parece que ha pasado King Kong haciendo footing. Pero hay muchos matices en medio de la historia común. Por ejemplo, el mate. En Argentina se consume con íntima discreción, como una conversación familiar que sólo importa a quienes están dentro de ella. Los uruguayos, por el contrario, sacan el mate de paseo, a pesar de que necesiten la compañía de un termo inmenso para rellenar con agua caliente la infusión. El forastero no deja de quedarse asombrado de que nunca se les caiga al suelo. Eso sí, tanta es la afición por el mate en público que te encuentras con prohibiciones insólitas. En la entrada de la catedral de Montevideo, "se ruega no ingresar con comidas y bebidas (y esto incluye a nuestro querido mate)" (sic). Yo creo que sobre todo incluye a su querido mate.
Ayer vi a una chica que paseaba por la calle mientras bebía una lata de Coca Cola con pajita, en la otra sostenía un mate con su correspondiente bombilla (una paja de metal para los no iniciados) y, por último, agarraba un termo entre el brazo y el cuerpo. Ahora que estoy escribiendo en mi hotel, pienso yo que tanto equilibrismo en la vida cotidiana tiene que servir a la larga para algo más. Aquí la gente está educada para que no se le caigan las cosas importantes. Por eso, al igual que el mate que consumen con virtuosismo inverosímil, los uruguayos han hecho equilibrismos con su vida política a lo largo de su historia. Basta pensar en el lío electoral que hay montado aquí para darse cuenta de que, por mucho que se complique la situación entre los candidatos, el mate no se va a caer nunca al Río de la Plata.

2 comentarios:

  1. Creo que en lo del equilibrio ambos van bastante parejos, por varios motivos, pero en eso de tomar mate públicamente, la ventaja por mucho la tienen los orientales, porque es una plusvalía cultural nada despreciable.

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  2. Justo lo que iba a decir: lo de los orientales es una virtuosa ostentación.

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