lunes, 30 de noviembre de 2009

Que vienen los mayas


Del viaje a Yucatán volví con algunas notas que ahora voy revisando. No hablaré del congreso, en el que la gente después de las ponencias de una hora tenía fuerzas para preguntar durante más de treinta minutos (ya podrían aprender los europeos), ni del lagartito que se coló por la noche en mi habitación del hotel en Mérida. Sí hablaré, en cambio, de la excursión a las ruinas mayas de Uxmal. Reconozco que siempre he tenido muy poca sensibilidad para las ruinas, acaso por el atracón familiar que sufrí durante mi infancia. Parábamos el coche cada vez que aparecía un capitel hecho polvo y nunca terminé de verle la gracia a tanta destrucción por muy romana que fuera. Ni sentí jamás la emoción moral de las ruinas, a lo Rodrigo Caro, ni supe imaginarme a ningún emperador caminando entre cuatro piedras rotas. Es una limitación mía, ya lo sé.
Ahora bien, las ruinas mayas tienen algo de cautivador, acaso por el espacio boscoso en el que se encuentran o porque sencillamente no se encuentran tan desmoronadas como las griegas, árabes o romanas. Siglos de ocultamiento entre selvas y una laboriosa reconstrucción sin el prejuicio purista de las Europa las han dejado a la vista con un encanto singular. Las de Uxmal, menos grandiosas que las de Chichén Itzá, son muy bellas.
Todo esto no quita para que me sea difícil imaginar tal y como fueron aquellos edificios suntuosos en su vida real, lejos del escaparate turístico en que se han convertido. Ha pasado tanto tiempo. Ya los primeros españoles bautizaron de forma estrambótica un hermoso espacio cuadrangular como de las "monjas" porque les recordaba al de un claustro conventual. Lo dice poéticamente Rosalba Campra:

Dan nombre a nuestras moradas, y esos nombres son falsos.
Algo que no es el humo de las ceremonias
ha enturbiado la tajante nitidez de los arcos,
corroído la palabra que se intrincaba en los frisos.

Como sus pinturas hemos sido borrados.

Y no sólo eso. Nos faltan los cientos de chozas malolientes en donde vivían los mayas alrededor de los templos. Tampoco vemos los sacrificios humanos, ni los misteriosos juegos de pelota en los que se degollaba al perdedor. Podemos, tal vez, creer que la visión de reyes y hechiceros emplumados bajando las escalinatas debía de causar un terror sagrado en las gentes que vivían en esas ciudades perdidas. En el siglo XIX los relatos de viajeros occidentales contribuyeron a crear un icono de aquella civilización. Luego, la puntilla mitificadora la han venido a dar seguramente las excursiones de un día desde Cancún y la Riviera Maya. A muchos de estos lugares, a Chichén Itzá sobre todo, llegan todos los días autobuses que evacúan a miles de turistas dispuestos a darse su ración de culturilla para luego volver a sus resorts del todo incluido, la piña colada y la fiesta de la espuma. Y es que hay que darse prisa en disfrutar, porque el mundo se acaba en 2012, según decían los mayas, o al menos eso asegura un conocido best seller del que cualquier día harán una película a mayor gloria del pensamiento débil.

3 comentarios:

  1. Javier: la película ya se estrenó el 13 de noviembre:
    http://www.whowillsurvive2012.com/
    http://www.sonypicturesreleasing.es/2012

    Argumento "demasiado bueno" para no atraer al cine catástrofe.

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  2. Javier, ya han hecho la película. La estrenaron la semana pasada. Se llama... 2012, ¿no irás a verla? Yo tampoco.

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  3. Ahora leo despacio vuestros comentarios y tengo que agradeceros que aclaréis mi despiste. Aunque a lo mejor es que soy un profeta maya y ya lo veía venir sin saberlo (lo de que iban a hacer la peli, claro).

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