jueves, 18 de febrero de 2010

Adoptamos un chino

Pero sólo por unos días. El colegio de mis hijos tiene un acuerdo con otro de Hong Kong por el que, cada año, éste último manda una expedición de alumnos suyos a Pamplona a fin de pasar una semana de intercambio cultural. Varias familias se ofrecieron a hospedar a los visitantes, entre otros la nuestra, y de esta forma nos tocó el chino.
La víspera el muchacho nos mandó un documento por internet con su foto y algunas informaciones relevantes acerca de su persona. Imprimimos el mensaje y en la cena leí en voz alta toda la cartilla. Mike Sun (así se llamaba el chaval), era hijo único, tenía catorce años y pensaba que su estancia en España sería "unforgettable". Sobre sus creencias añadía que él no era creyente hasta el momento, pero dentro de unos meses recibiría el bautismo. Entre sus aficiones señalaba : "Basketball, Swiming, Maths". En nuestros cinco hijos sólo vi consternación, asombro, incredulidad:
-"¿¿¿Matemáticas???, preguntaron.
Al rato, terminada la comida, recogí del suelo el papel. Algún gracioso había añadido: "Girls?, Shower? Martial Arts?".
-Éste pierde aquí la fe, pensé.
Pero, como decía Borges, piensa bien y, aunque te equivoques, acertarás. Yo no seguí al maestro argentino: pensé mal desde el principio y me equivoqué.
Cuando recogimos a Mike, venía agotado después de más de veinte horas de viaje y no estaba muy hablador. Marina y yo nos entendíamos con él con un inglés de hablar por casa, pero hay un lenguaje que todos los niños del mundo conocen, que es el del juego. Nada más llegar, le enseñaron la casa y sacaron juguetes que, por cierto, jamás tocan habitualmente. Estuvieron levantados hasta las doce de la noche. Nuestro huésped miraba todo y se reía abiertamente con algo que me parecía incredulidad. Supongo que todo le maravillaba: desde el número de chicos a su alrededor hasta el tono de voz empleado por todos nosotros.
A lo largo de los seis días que duró la experiencia, Mike se adaptó bastante bien. Los chicos se desvivían por ser amables. Jugaba con ellos y devoraba lo que le ponían en la mesa, especialmente el jamón. Sólo una vez le vi ligeramente sobresaltado y fue el día en que Tomás se encontraba comprobando la elasticidad de su cuerpo y la de los muelles de un sillón. Tras veintiocho órdenes desobedecidas para que dejara de brincar, agarré paternalmente por el cogote a Tomás y lo mandé a la cocina donde le esperaban la cena y los deberes. Mi hijo fue caminando como un autómata, como suele en esos casos, y sin chistar. Miré de reojo a Mike y vi el asombro pintado en sus ojos orientales.
Era cortés, pero reservado. Marina intentó sin éxito que le dijera en qué trabajaban sus padres. El último día, por la noche, me confesó que los dos eran vigilantes en la"jail house" de Hong Kong. No sé qué ideas pudo sacar de la disciplina de los occidentales para contársela a sus mayores.
Antes de irse definitivamente, nos obsequió una imagen china de la Virgen, cinco juego de palillos, una chaqueta reversible para las ocasiones y una especie de recortable de la buena suerte. Todavía le debió de parecer poca cosa, porque a mí me regaló un pin con el escudo de Navarra que se encontró por ahí.

10 comentarios:

  1. Javier, qué historia tan bonita. Me ha encantado, y ha debido de ser una experiencia muy enriquecedora para todos vosotros. Tan pequeño y tan largo viaje a una cultura tan diferente; qué experiencia también para Mike. Por cierto, tus hijos ya son muy educados, no sé qué habría pensado de haber visitado otra casa...

    ResponderEliminar
  2. No sé quién es Gonzalo, pero el final del comentario -"tus hijos ya son muy educados"- tiene una ambigüedad muy graciosa. Pena que Mike no pueda leer tu entrada.

    ResponderEliminar
  3. Ese "ya", Anacó, posee (o al menos esa era mi intención) un valor comparativo, no con otros tiempos sino con otros niños. Quede así desambiguado, e indubitable la educación de las cinco criaturas. Por cierto, al ir a leer los comentarios me confundí con la entrada anterior y pensé que había interpretado como algo real lo que en verdad pudo haber sido un microrrelato.

    ResponderEliminar
  4. Qué buena experiencia, Javier. Y qué generoso Uds., con cinco todos los días, recibir uno más.

    Me impactó eso de "él no era creyente hasta el momento, pero dentro de unos meses recibiría el bautismo".

    Y me gusta su apellido. Qué bueno sería tener el apellido Sol. He visto muchos Luna por aquí, pero nunca Sol.

    (Caer en un chiste fácil sería decir que ese chinito era un sol, como dicen por acá cuando el niño es bien educado).

    ResponderEliminar
  5. Me ha gustado mucho la entrada, no sólo por lo que cuentas, sino especialmente por cómo lo cuentas...

    De otra parte, estoy seguro de que la estancia de este chico en tu "madriguera" será inolvidable más por cómo fue la convivencia esos días que por las cosas que realmente hicistéis con él.

    ResponderEliminar
  6. Javier, debido a tu larga ausencia mucho me temo que además del chino adoptasteis algún virus o bacteria... a ver si se va definitivamente, como Mike. Te esperamos.

    ResponderEliminar
  7. Hay silencios que dicen más que mil palabras, se suele decir, pero en este caso, mi silencio no quiere decir nada... por suerte. Sucede que estaba (y estoy) trabajando a contra reloj con un manual de literatura y me ocupa todo el tiempo mental. Es curioso lo de la filología: absorbe tanto que no te deja ni un espacio más en el disco duro, ni siquiera para leer o escribir cosas que, en teoría, tienen algo que ver con ella. Gracias, María. Vuelvo pronto.

    ResponderEliminar
  8. Casi casi me creo que esto pasó de veras. La clave está en "el asombro pintado en sus ojos orientales", que sutilmente disimulado no es más que una trampa: los orientales no tienen movimiento alguno de sorpresa en sus ojos, es matemáticamente imposible. En ellos el asombro sólo se manifiesta en una mandíbula que cuelga de la cara o, a lo sumo, en alguna chinesca interjección de sorpresa. Casi caigo en la trampa...

    ResponderEliminar
  9. Bueno, Pecé. Hay distintos tipos de orientales. Por ejemplo, los orientales rioplatenses. Éstos sí mueven los ojos con sorpresa. Y luego están los orientales vistos desde, por ejemplo, el mismo Río de la Plata. O sea, nosotros, los europeos. También movemos los ojos.Y, claro, por último, están los orientales-orientales.A éstos hay que buscarles los ojos con la imaginación, que es a lo mejor lo que me pasó a mí.

    ResponderEliminar