lunes, 8 de febrero de 2010

Nellie Campobello

Este año se cumple el centenario de la primera de las revoluciones del siglo XX, la mexicana. A diferencia de otras, ésta no nació de un discurso encorsetado ideológicamente. Fue más bien una explosión de hartazgo ante una montaña de injusticias. Como suele suceder con esta clase de fenómenos, la violencia que los caracteriza sólo termina cuando sus ejecutores aprenden las mañas de los antiguos tiranos. La Revolución se hizo institucional y México alcanzó una insólita y corrupta estabilidad a lo largo del siglo XX.
Muchos narradores recordaron sus experiencias más o menos cercanas en medio de la bola revolucionaria, desde Azuela hasta Martín Luis Guzmán, pero ninguno -creo yo-, tan singular como Nellie Campobello. En Cartucho (1931) escribió una serie de viñetas que recrean hechos de una increíble violencia filtrados por la mirada inocente de una niña. El estilo, escueto y eficaz, tiende a un humor negro muy original. Este episodio que propongo hoy es uno de mis favoritos:

Como a las tres de la tarde, por la calle de San Francisco, estábamos en la piedra grande. Al bajar el Callejón de la Pila de don Cirilo Reyes, vimos venir unos soldados con una bandeja en alto; pasaban junto a nosotras, iban platicando y riéndose. “Oigan, ¿qué es eso tan bonito que llevan?”. Desde arriba del callejón pudimos ver que dentro del lavamanos había algo color de rosa bastante bonito. Ellos se sonrieron, bajaron la bandeja y nos mostraron aquello. “Son tripas”, dijo el más joven clavando sus ojos sobre nosotras a ver si nos asustábamos; al oír, son tripas nos pusimos junto de ellos y las vimos; estaban enrolladitas como si no tuvieran punta. “¡Tripitas! ¡qué bonitas! ¿Y de quién son?”, dijimos con la curiosidad en el filo de los ojos. “De mi general Sobarzo –dijo el mismo soldado_, las llevamos a enterrar al camposanto”. Se alejaron con el mismo pie todos, sin decir nada más. Le contamos a Mamá que habíamos visto las tripas de Sobarzo. Ella también las vio por el puente de fierro. No recuerdo si fueron cinco días los que estuvieron “agarrados”, pero los villistas en aquella ocasión no pudieron tomar la plaza. Creo que el Jefe de las Armas se llamaba Luis Manuel Sobarzo y que lo mataron por el Cerro de la Cruz o por la estación. Él era de Sonora, lo embalsamaron y lo echaron en un tren, sus tripas se quedaron en Parral.


2 comentarios:

  1. Gana mucho cuando lo lees en alto, sobre todo cuando llega el momento "tripitas" es una lástima que se hayan perdido las lecturas públicas. El performance no tiene desperdicio. Saludos!

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  2. Supongo que la autora los habría contado más de una vez ella misma antes de escribirlos, o bien, en otra ocasión los debió de oír y se le quedó en la imaginación y en la memoria. Los relatos orales de algunos pueblos son literatura en bruto. Eso ha sucedido en ciertas zonas del interior de México, desde luego: no hay más que leer a Campobello y no digamos a Rulfo.

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