Estábamos comiendo una noche doña Leonor, Norah Borges, su marido Guillermo de Torre, Jorge Luis y yo. Guillermo, con su acento español, empezó a decir: "... que los escritores latinoamericanos no saben castellano", "que no hay escritores en Latinoamérica", etc. Esto delante de Georgie, que ya había publicado gran parte de su obra poética, y delante de mí, que había publicado La última niebla y La amortajada. La señora Leonor y Norah se levantaron de la mesa, un poco avergonzadas; pero Guillermo, no contento con lo que había dicho, fue a buscar un libro de Azorín y empezó a leerlo en voz alta, para enseñarnos lo que era el castellano. Al poco rato, preocupado porque doña Leonor y Norah no volvían, se levantó de la mesa él también. Georgie y yo seguimos hojeando a Azorín. "Este libro es una lata", dije yo. "Es mucho mejor lo nuestro". Jorge Luis me contestó: "Tienes razón. Corrijámoslo". Y empezamos. Poníamos los signos que se usan para la corrección de las pruebas de galera, por ejemplo, "cambiar el adjetivo con sustantivo", "suprimir", "invertir orden", etc. Le pusimos también notas marginales como "mal gusto", "repetido", y tachamos párrafos enteros, escribiendo otros en reemplazo. Georgie dictaba, y era yo la que escribía obediente. Todo quedó con mi letra: su pluma no aparece. Bueno, al día siguiente, doña Leonor me llamó temprano, a las ocho de la mañana, para decirme que no le abriera a Guillermo, que quería matarme: el libro le había sido dedicado por el propio Azorín; Jorge Luis había puesto cara de inocente, diciendo que me había visto escribir algo, pero no sabía qué.
(Testimonio de Bombal, recogido por Ágata Giglio, María Luisa, Santiago de Chile, Andrés Bello, 1985, págs. 85-86)
Otro argumento para seguir mirando mal a Borges
ResponderEliminarHace poco leí esto a Borges:
ResponderEliminar"Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos".
Me imagino a ese Georgie leyendo a Azorín con las tijeras en la mano y los ojos saliéndose de las órbitas.
Aunque estoy en parte de acuerdo con Borges, no es de desdeñar el preciosismo de Azorín, aunque sea como ejercicio de estética, que no todo van a ser cuentos en la vida...
¡Muy buena la anécdota!
Gracias por vuestros comentarios. Siento disentir un poco con los dos. A mí, Ángel, con los años cada vez me gusta más y más Borges... José Miguel: en cambio, me va menos Azorín. Es un autor que no releería.
ResponderEliminarJavier, coincidimos plenamente. Borges se vuelve mejor con los años y la relectura. Y además personalmente me hace mucha gracia, casi todas las anecdotas que leo sobre el hacen que me caiga mejor.. ¡Y además le gustaba Sherlock Holmes!
ResponderEliminarYo, en cambio, disiento (o coincido, según se mire) con casi todos. Borges me parece uno de los verdaderamente grandes, quizá el mayor escritor en cualquier lengua desde los años 40 del pasado siglo. Pero Azorín, aunque no tan grande, no me resulta en absoluto desdeñable. Tiendo a coincidir con Francisco Brines, para quien es un gran poeta en prosa, uno de los mayores de la literatura española; y creo que es un punto de vista muy acertado para leer lo que a mí me parece el mejor Azorín, excelentemente representado en libros como "Castilla" o "Los pueblos".
ResponderEliminarRespecto a las opiniones de Borges, suelen tener un punto de provocativa arbitrariedad, como cuando empieza un poema diciendo: "Torne en mi boca el verso castellano / a decir lo que siempre está diciendo / desde el latín de Séneca: el horrendo / dictamen de que todo es del gusano", rasgo éste que no sólo no caracteriza a la totalidad del "verso castellano", sino que incluso en los autores a los que podría corresponder de alguna manera (entre los verdaderamente grandes, quizá sólo dos, Quevedo y Manrique, y éste muy discutiblemente), sólo da cuenta de una pequeña parte de su trabajo. Y que nada tiene que ver con Garcilaso, San Juan, el Arcipreste, Fray Luis, Bécquer...
Hay que contar con ese punto de arbitrariedad que decía, y que en todo caso -aparte la excelencia del estilo- es muchas veces útil para cuestionar certezas aceptadas sin crítica.
A mí lo que me parece fatal es "esa cara de inocente", tan poco caballerosa ["me legaron valor. No fui valiente", confesaba él], aunque quizá el "me había visto escribir" fuese una ironía que lo justifique. En lo literario, Azorín y Borges dos grandes. Por cierto, habría que investigar si el desdén a Azorín y a la literatura española en general, además de a puro esnobismo, quizá responda a un rechazo indirecto al cuñado.
ResponderEliminarContesto tarde, marinero y Enrique, por culpa de una jaqueca que me ha impedido estar mucho rato en el ordenador... Aquí coincidís los dos, pero yo no, lo lamento: Azorín no me parece tan grande. Nunca entendí eso de que fuera un modelo su prosa telegramática, pero, bueno...
ResponderEliminarmarinero: la arbitrariedad de Borges a veces es un poco irritante, pero, ciertamente es saludable para no pasar todo por alto.
Enrique: lo del antiespañolismo de Borges me parece que es heredero de toda una tradición liberal argentina que viene del XIX, que hunde sus raíces en Sarmiento y en el resto de los padres de la patria. Algo muy esnob, sin duda (aunque, de vez en cuando, a Borges se le escapa el cariño por España en algunos poemas, en conversaciones suyas, en palabras sobe el Quijote...). De todos modos, es bueno reírse de uno mismo como español. Yo, al menos, me lo paso en grande cuando escucho a algunos hispanoamericanos imitarnos en el acento o sacar a luz algunos tics hispanos. Además, Guillermo de Torre era un tipo de bocazas muy español, como se deduce de esta y otras muchas anécdotas suyas.