martes, 7 de junio de 2011

Ya somos el olvido que seremos

El 25 de agosto de 1987, Héctor Abad Gómez, médico de profesión, fue acribillado a balazos en una calle de Medellín. En el bolsillo de su camisa se encontró un listado de las personas amenazadas por los sicarios -entre ellos, él mismo-, y un desconocido soneto firmado por Jorge Luis Borges. El hijo del finado, el novelista Héctor Abad Faciolince, escribió tiempo después un libro de homenaje a su padre,  un hombre culto y honesto que pagó con la vida su defensa de los derechos humanos. El título del aquel libro (El olvido que seremos) citaba , recortado, el maravilloso endecasílabo que daba pie al secreto poema de J.L.B.

Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres y que no veremos.
Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y del término, la caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los ritos de la muerte y las endechas.
No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre;
pienso con esperanza en aquel hombre
que no sabrá que fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo
esta meditación es un consuelo.


Quizá el arranque es demasiado poderoso y la temperatura se va perdiendo, sobre todo a medida que nos internamos en la segunda mitad del poema. Pero todo soneto tiene sus cumbres y sus valles. Y aquí hemos subido muy alto en el inicio. Ahora bien, lo más curioso de todo el asunto relacionado con el presunto poema de Borges es que éste nunca lo incluyó en sus Obras completas. Más aún: en aquel entonces no se sabía que lo hubiera publicado nunca. ¿Cómo había llegado a un culto médico de Medellín, Colombia, desde la lejana Argentina? ¿No sería un apócrifo? Ya ha habido antecedentes como el desdichado "Instantes" que se pasea con éxito inmerecido por internet.
El caso es que el otro día mi amigo y colega Andrés Eichmann me hizo llegar un libro reciente que trata de descifrar los vericuetos por los que ese enigmático poema sobre la muerte terminó entre los últimos efectos personales de Héctor Abad Gómez. Los falsificadores de Borges de Jaime Correas (Buenos Aires, Alfaguara, 2011) sigue un intrincado rastro de casualidades, falsificaciones, coincidencias, manipulaciones y anécdotas asombrosas hasta dar con el origen en una heroica revista de estudiantes universitarios publicada en  Mendoza, Argentina, durante los años ochenta. El libro se lee como una pequeña novela de suspense filológico, en donde no faltan esos personajes estrafalarios que pueblan la vida literaria de todos los tiempos. Y, al final, queda la sensación de que la vida, laberíntica y misteriosa, ha imitado a la literatura de Borges.

4 comentarios:

  1. Ignoro si este soneto es o no de Borges, pero bien podría serlo; se non é vero, é ben trovato. Y ésa es la diferencia con el otro presunto poema de tan amplia circulación por internet, que jamás podría ser de Borges (en realidad, jamás podría ser un poema: de cualquiera. Ni por asomo merece semejante nombre).

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  3. Después de leer el libro de Correas, creo que sí se puede afirmar que lo escribió Borges. Tiene, además, el "toque" Borges, cosa que, ni por asomo, tiene "Instantes".

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  4. Amigo anónimo: muchas gracias por tu poema. Disculpa que, no sé si por falsa modestia o por pudor o qué, no sea capaz de publicarlo aquí.

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