jueves, 29 de octubre de 2009
Mate uruguayo
Más puntos cardinales

Montevideo es una ciudad cómoda y tranquila, sobre todo después de haber pasado por el torbellino de vitalidad de Buenos Aires, pero no se puede decir que padezca de un exceso de atractivos turísticos. Entre los lugares escogidos que podrían merecer alguna atención está el museo Joaquín Torres García. A mí este pintor, uno de los más destacados de las vanguardias en Hispanoamérica, siempre me pareció interesante y por eso fui hasta allá con una ilusión que creció cuando me dijeron que la entrada era gratis. Enseguida recibí el castigo a mi tacañería: el museo se reduce a una salita con una veintena de obras.
Torres García marchó de Montevideo a los veinte años y sólo regresó mucho más tarde, cuando lo principal de su obra había madurado en Europa. Volvió a sus raíces y en este pequeño país apartado del centro del mundo acuñó toda una teoría sobre el sur que, como es obvio, a mí me llamó la atención. En un famoso dibujo le dio la vuelta al mapa de América. Luego escribió lo siguiente:
En realidad nuestro norte es el sur. No debe haber norte para nosotros, sino por oposición a nuestro sur. Por eso ahora ponemos el mapa al revés y entonces tenemos ya justa idea de nuestra posición, y no como quieren en el resto del mundo. La punta de América, desde ahora prolongándose, señala insistentemente el Sur, nuestro norte.
Torres García intuyó que hasta la cartografía se hace desde el norte del planeta. ¿Por qué el norte tiene que estar arriba, donde inconscientemente situamos las cosas importantes, y el sur se queda ahí abajo, en el suelo del mundo? Ahora bien, al margen de que el sur y el norte sean categorías relativas e intercambiables en un mapa, aquí lo que importa -creo- es pensar que siempre conocemos las cosas desde un lugar. Y ese punto cardinal determina nuestra mirada sobre la realidad. Saber qué son las cosas tiene que ver con el lugar en donde están y desde donde son miradas.
miércoles, 28 de octubre de 2009
Paseos porteños

martes, 27 de octubre de 2009
Librerías de Buenos Aires

viernes, 23 de octubre de 2009
De ayer
Por lo demás, a mí se me pasó el jet lag con el placer de la conversación. Al final, me despedí de un amigo lejano en el espacio de las cosas pero que seguirá cerca en el de las palabras.
jueves, 22 de octubre de 2009
De Pamplona a Buenos Aires
-¡Jesús, cómo corre!
-¡Qué velocidad llevaaaaa!
He aquí un símbolo de todo lo que España ha progresado en los últimos treinta años.
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Aeropuerto de Barajas: primera parada. Una chica medio linda -pelo alisado, traje corto, negro ,y botas altas y negras también- habla por el móvil moviéndose de una forma extraña. Me fijo un poco más: el teléfono está ajustado entre el hombro y la mejilla. El vestido cortado por los hombros le deja desnudos unos antebrazos que terminan en la nada: no tiene brazos. Termina de hablar y suelta el aparato en el bolso que reposa en el asiento. Después hace una torsión difícil con el cuerpo, recoge el bolso y se dirige renqueando hacia la puerta de salida. Por allí se aleja una tristeza que apenas puedo imaginar.
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Llegada a Ezeiza tras doce horas de encierro aéreo. En la aduana temo que me abran la maleta como están haciendo con todo bicho viviente delante de mí. Aparece una pareja de españoles. Dan la impresión de estar muy apurados. Ella se me cuela y le dice a la funcionaria: "Por favor, ¿podemos ir más rápidos? ¡Perderemos una conexión con Córdoba!". La señora muy solemne le indica un pasillo en donde hay otro funcionario medio dormitando. "Vayan por allá". Entonces me meto en medio, pongo cara de tonto (ésa que me sale tan bien según mi mujer) y le pregunto:
-¿Y yo?.
-Vaya con ellos.
Voy detrás y debe de ser que es la parte de los aduaneros perezosos porque nos dejan pasar sin mirarnos la cara. Los ángeles de la guarda siguen trabajando en tierra.
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Ya estoy en Buenos Aires: creo que es la decimosexta o decimoséptima vez que visito esta ciudad que sigue, por muchos motivos, fascinándome. A ver qué me depara en los próximos días.
martes, 20 de octubre de 2009
Tres citas a la izquierda
lunes, 19 de octubre de 2009
Dando gloria a Dios
-Déjalos, hombre, míralos cómo dan gloria a Dios.
Tanta gloria dieron que chocaron contra una señora que estaba paseando por allí, la muy inoportuna.
Ahora, este domingo nos fuimos todos a dar una vuelta por los alrededores de Mutilva, en medio del campo, todos juntos, Marina, los mayores y los tres pequeños. Sólo había dos bicicletas útiles para tres usuarios, lo que motivó intercambios de puntos de vista cada dos minutos. Pero también hubo tiempo para las carreras, los gritos y las risas: o sea, que los pequeños dieron gloria a Dios, inconscientes como las hierbas del campo y el sol compasivo de octubre. Y sin peligro de que atropellaran a alguna vieja.
viernes, 16 de octubre de 2009
Ñu

Voy a escribir un cuento sobre un ñu, pero el problema es saber de quién hablo. Cuento los ñúes que aparecen en la imagen de la tele: hay doscientos veintitrés. Como son todos idénticos, elijo al que me parece más desvalido, el que está más cerca de la leona que se acerca cautelosa. El ñu tiene un cerebro de mosquito y la leona un hambre de león. No hay nada que hacer: el depredador se echa sobre su víctima, que cae de un zarpazo. Pero ahora viene lo bueno: el resto de la manada, en lugar de permanecer indiferente, se acerca con curiosidad al lugar y poco a poco rodea a los protagonistas. La leona alza la cabeza con angustia, temerosa de ser engullida por la multitud. Poco a poco cercan a los dos hasta que se les deja de ver. La pantalla se llena de ñúes, iguales todos entre sí. Luego, poco a poco se van apartando, y de la leona y del ñu herido no queda rastro. Sorprendido, trato de contar los ñúes que quedan, pero ya no sé bien si son doscientos veintidós, o doscientos veintitrés o doscientos veinticuatro.
jueves, 15 de octubre de 2009
Matrimonio
Tras muchos años de vida en común, un día se encontraron las miradas de los dos y de pronto comprendió cada uno la soledad del otro. Y ya no estuvieron solos.
martes, 13 de octubre de 2009
La raya de Portugal
Estuvimos dos días con varias familias amigas y lo pasamos bien. La finca resultó estar en el mismo Portugal, y no en Badajoz, como yo creía, despistado de mí. El paisaje es el mismo que se ve en España y, así, uno casi está tentado de pensar que las fronteras son inventos inútiles que sólo han servido para provocar odios y guerras sin cuento. Pero esto es una pamema propia de progres bien pensantes: yo, cada día, estoy más a favor de las fronteras si se utilizan bien. Cruzar esa raya imaginaria que divide los estados tiene el encanto de ingresar en un territorio que se proclama distinto. Más aún: es un ejercicio de civilización el reconocer y admirar las diferencias.
El domingo estuvimos en Olivenza, un pueblo limpio y coqueto, con calles que son un homenaje a la literatura: Cervantes, Lope de Vega, Espronceda, Gabriel y Galán... El nivel va descendiendo conforme vas leyendo calles, pero la intención es lo que cuenta. Olivenza pertenece a España; se la robamos a los portugueses en un conflicto con nombre rococó: la guerra de las naranjas. Al parecer, el valido Godoy le regaló unas naranjas que había por allí cerca a la reina María Luisa de Borbón, como botín de guerra. Con semejante trofeo, no debió de ser demasiado cruel el asunto. Naranjos no vi muchos, pero sí encinas. Claro está que el nombre de la guerra de las bellotas hubiera sido demasiado cercano a la realidad, así que la historia ha embellecido un episodio tan pequeño.
El pueblo sigue siendo portugués por sus azulejos, sus puertas manuelinas, su iglesia principal (la de la foto) y su adoquinado. En cambio, algunas casas, a mí me recordaron a las de mi tierra, a las del Puerto de Santa María, concretamente. Dicen los portugueses, con cierta razón, que Olivenza es un caso parecido al de nuestro Gibraltar. Ahora que se tienden a borrar los límites en esta Europa pragmática y posmoderna, me parece que es bueno recordar que existen las fronteras para recordar la validez de las naciones y admirar las diferencias entre unas y otras. Y que hay casos como el de Olivenza en que se funden las dos porque son identidades hermanas.
viernes, 9 de octubre de 2009
Un cuento sobre la infelicidad
Durante la boda los príncipes han comido tantas perdices que se han puesto gordísimos. Por la noche el príncipe mira a su esposa y se despide con un beso de buenas noches. A ella le da tanto sueño la presencia de su marido que se queda dormida de inmediato. Doce horas después sigue roncando a pata suelta. El príncipe se viste resignado, monta en su caballo y desaparece al galope por el horizonte en busca de otra princesa pero, como este cuento es una vuelta atrás, sigue buscando y buscando sin parar.
jueves, 8 de octubre de 2009
A la foxa

Foxá fue un buen poeta, pero cometió errores como todo el mundo a lo largo de su vida. Entre sus mayores pecados está el de haber sido autor de una novela, Madrid de corte a checa, que se lee de un tirón, lo que puede convertirse en un ejercicio desagradable para algunos que no comulguen con su ideología. Otro rasgo antipático de Foxá fue el de haber tenido sentido del humor. Por deformación profesional, siempre me ha hecho gracia esa defensa que hacía del término América Latina frente a Hispanoamérica, "si de lo que se trataba era de ampliar responsabilidades". A Foxá le encantaba provocar. Mientras se encontraba en Buenos Aires, en los años cuarenta, tuvo que realizar un brindis en un banquete oficial y sólo se le ocurrió pronunciar lo siguiente:
-Negro con negro, alegría; blanco con indio, melancolía; blanco con blanco, cursilería.
Por poco lo matan.
Volviendo al asunto del día, a mí me parece que este tipo de prohibiciones sólo sirve para que la gente se interese más por la presunta víctima. De ahí la solemne torpeza de los políticos de Izquierda Unida que, con iniciativas como ésta, consiguen justo lo contrario de lo que pretenden: que la gente se interese por quien se desea tapar la boca.
miércoles, 7 de octubre de 2009
Escenas rutinarias
Variación
lunes, 5 de octubre de 2009
Reencuentro
Durante años viví en aquella casa sin que nadie me dirigiese la palabra. Y eso que yo era de la familia. Mi hija, mi yerno, y mis dos nietos salían todos los días corriendo en dirección al trabajo y el colegio. Luego, el silencio de las horas y el ritmo del reloj. Una persona anónima venía para cuidarme y, apenas terminaba conmigo, me abandonaba como a una cosa, empeñada en limpiar cada rincón. ¿Quién me liberará de este encierro?, me he preguntado tantas veces. Desde mi lugar escuchaba el rumor de la vida a las seis de la tarde, la llegada de los niños, hablando, riendo, gritando. En alguna ocasión, con las primeras luces del día, podía ver a Rosana, mi mujer, la mujer con quien había vivido tantos años. A ella también la tenían encerrada, pero podía incorporarse y pasear por la casa. Se levantaba temprano para estar conmigo. Siempre se paraba en la puerta y me miraba, me miraba con los ojos mojados por la tristeza. Luego se iba y no volvíamos a vernos hasta muchos días después. Y ya no pude más. “Rosana, Rosana”, pensé. “Hoy me levantaré; hoy estaremos juntos para siempre”. Eran las siete de la mañana. El día empezaba. Escuché sus pasos inconfundibles. Por fin salí del cuadro y esperé.
viernes, 2 de octubre de 2009
Nerudeando
