Hacía tiempo leí una entrada que me gustó mucho en Hortus conclusus (se puede leer aquí) y ahora aprovecho para glosarla. El amor de verdad es un círculo, sí, y no una línea quebrada, una mixta o unos puntos suspensivos. Cuando en el colegio me explicaron que el círculo es un polígono de un número infinito de lados, no lo entendí bien o, quizá, no me lo pude dibujar en la mente. Pero así es el infinito para el hombre: inconcebible, irrepresentable, pero real y al alcance de la mano. Como un círculo trazado en un papel. Y así también el amor si aspira al infinito.
Otra cuestión es jugar a seguir con el dedo la línea del círculo. Podemos hacerlo una, dos o muchas veces. A primera vista es un ejercicio aburrido, pero estamos copiando la forma con que se mueven las estrellas. L' amor muove il sole e l'altre stelle, proclamaba Dante, que tenía una imaginación circular. El amor, como las órbitas planetarias, gira una y otra vez en torno a un objeto. Por eso el amor es mucho más que rutina: cada vez que repetimos nuestro deseo de estar junto a la persona amada volvemos al lugar de donde salimos, cerramos una circunferencia.
Por supuesto, el movimiento puede ser una alegría o una condena, porque también existen los círculos infernales, como ya se prevé en la Divina Comedia. La diferencia, creo, estará en el modo de moverse y que al eje no se le ocurra cambiar de sitio. Leopoldo Marechal, hombre geométrico pero no cuadriculado, escribía que el movimiento amoroso es como una espiral que se acercara en cada vuelta un poco más a la persona amada. Y en un soneto espléndido -quizá su mejor poema- tocaba este tema del círculo en su penúltimo verso:
Porque no está el Amado en el Amante
Ni el Amante reposa en el Amado,
Tiende Amor su velamen castigado
Y afronta el ceño de la mar tonante.
Llora el Amor en su navío errante
Y a la tormenta libra su cuidado,
Porque son dos: Amante desterrado
Y Amado con perfil de navegante.
Si fuesen uno, Amor, no existiría
Ni llanto ni bajel ni lejanía,
Sino la beatitud de la azucena.
¡Oh amor sin remo, en la Unidad gozosa!
¡Oh círculo apretado de la rosa!
Con el número Dos nace la pena.
Ni el Amante reposa en el Amado,
Tiende Amor su velamen castigado
Y afronta el ceño de la mar tonante.
Llora el Amor en su navío errante
Y a la tormenta libra su cuidado,
Porque son dos: Amante desterrado
Y Amado con perfil de navegante.
Si fuesen uno, Amor, no existiría
Ni llanto ni bajel ni lejanía,
Sino la beatitud de la azucena.
¡Oh amor sin remo, en la Unidad gozosa!
¡Oh círculo apretado de la rosa!
Con el número Dos nace la pena.
Poema redondo.
Vaya, Javier, muchísimas gracias. Y yo que creía que nadie nunca leía mi blog salvo dos o tres personas a veces...
ResponderEliminarAprovecho (y qué desastre hacerlo tan tarde, después de meses leyéndote en forma anónima y sin dejar comentarios) para presentarme. Soy la amiga de A. Arias a la que diste un curso de doctorado hace tres años, y recomendaste que leyera el blog de un amigo tuyo, "Rayos y truenos". Hay recomendaciones decisivas, y aquella fue una. Desde que abriste este espacio, te leo con admiración también a ti.
Cuánto ha mejorado la idea que expresé en tu entrada.
Saludos y gracias!
¡Ay, va! Pues qué buena recomendación te hice, cierto. Y tu blog es estupendo; felicidades y ahora te doy las gracias por tu entrada, "personalmente" o casi.
ResponderEliminarGracias por destacar el anteúltimo verso y la referencia circular; es común que destaquemos el último verso y olvidemos ese.
ResponderEliminar"Hombre geométrico pero no cuadriculado", ja.
(Te respondo que no debes considerar los tres movimientos como separados y en independencia, sino como integrándose los tres en uno solo que sea circular, directo y oblicuo a la vez, y que se cumpla "sin abandonar el círculo". Y ese triple y único movimiento es el de la línea espiral.)
Gracias, Juan Ignacio, por tu precisión: a Marechal, el geómetra, le habrá gustado. Un abrazo.
ResponderEliminarSiempre me gustó lo de que "con el número Dos nace la pena"... releyéndolo hoy se me ocurrió agregar "y con el tres, la redención".
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