Ese niño, sí, ése que está llorando en un rincón del patio, es un imbécil. Se pasó todas estas semanas tratando de convencer a sus compañeritos de que los Reyes Magos no existían. Ayer por la noche se le apareció en sueños un camello que le dijo que, en castigo, esta Navidad se quedaría sin regalos.
A ver si le pasa lo mismo a los que han estado intentando convencernos de que la crisis no existía... actualidad aparte, ¿cómo andan las gestiones para publicar estas micromaravillas?
ResponderEliminarQué bonita y halagadora esa palabra: micromaravillas. Pues todavía no sé nada, María.... La crisis, supongo.
ResponderEliminarMicromaravillas, sí sí. Y encima descubro que eres tan navideño como yo. He estado en un congreso en Granada, y todos decían odiar la Navidad. ¿Pero hay alguien que no la odie?, me dijo uno. Guau. Todos leían el país por las mañanas.
ResponderEliminarEs que odiar la Navidad, más que guau es guay.
ResponderEliminarY ya puestos a hablar del tema, me parece que odiar la Navidad tiene que ver con no verla con ojos de niño, sino de adolescente. A mí, a los 15 años, también me resultaba deprimente.
Por lo demás, el congreso de Granada, qué envidia por lo que leí en tu blog.
Seguro que el camello se equivocó y el imbécil tuvo regalos. Y es que los imbéciles también son niños...
ResponderEliminarPobre imbécil...es el único personaje mío por el que siento piedad (no es ironía)
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