A veces el Cervantes se concede con acierto, como ha ocurrido en esta ocasión con José Emilio Pacheco. Sin embargo, para no desentonar con años anteriores, entre los finalistas de la última convocatoria se encontraba la autora de ese clásico de las letras hispánicas, joya de los pastiches: El Zorro: comienza la leyenda. Isabel Allende saltó a la fama con La casa de los espíritus, una novela que consigue incorporar sin faltar uno todos los lugares comunes sobre Iberoamérica. En alguna clase he preguntado a mis estudiantes cómo se imaginan una estación de tren por aquellos parajes. Aunque la mayoría no han cruzado el Atlántico, todos han coincidido, punto por punto, en la descripción que se ofrece en cierta página 245 de la misma novela. ¿La han leído? Qué va, pero todos han visto las mismas películas norteamericanas. Y luego está el estilo. Ese modo de contar que copia mal a García Márquez y que destaca por imágenes originalísimas (" sus muslos como columnas", "esa mujer, auténtica belleza del Caribe", "dejen volar la imaginación", etc.) o por su exquisito sentido del ritmo, su capacidad de hacer triples pareados sin haberlos pensado: "como lo oía él, el crujido del papel al frotarse sobre su piel... (pág. 48 de La casa de los espíritus, Barcelona, Plaza y Janés, 1982).
En fin, si este año Allende no ha conseguido el Cervantes, tendrá que esperar dos más, ya que, como se sabe, para los jurados del premio lo más importante de la literatura de nuestro idioma se reparte al cincuenta por ciento entre España y toda Hispanoamérica. Además, siempre nos quedará el Nobel. Allí podría figurar su nombre junto al de otros ilustres literatos como José de Echegaray, Winston Churchill y Dario Fo. Isabel Allende, premio Nobel: ¡ya!
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