miércoles, 2 de diciembre de 2009

Sacando brillo


En mi casa todos los espejos son lavables. Me gustan tanto que los he puesto por todos lados. Los hay en el baño, por supuesto, pero también en la habitación de los niños, en la mía, en el pasillo, en la salita y en la cocina. Por la mañana viene la ecuatoriana a limpiar. Los descuelga uno por uno –yo siempre le digo que con mucho cuidado-, les echa un producto especial en la superficie y luego les pasa mucho agua para que estén bien relucientes. Cuando los devuelve a su sitio, es una maravilla: el piso de 60 metros es más grande, las puertas ahora son de roble, el mueble de laca parece inglés, la cocina de gas se ha convertido en vitrocerámica, las paredes ya no están sucias por la tristeza, Juan ha vuelto a casa para siempre y, si te miras bien en los espejos, la ecuatoriana tiene la piel más blanca y es idéntica a mí.

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