jueves, 29 de octubre de 2009

Mate uruguayo


Es verdad que Montevideo y Buenos Aires se parecen en muchos aspectos, desde el desfile de espléndidos edificios art decó hasta esas veredas torturadas por las que parece que ha pasado King Kong haciendo footing. Pero hay muchos matices en medio de la historia común. Por ejemplo, el mate. En Argentina se consume con íntima discreción, como una conversación familiar que sólo importa a quienes están dentro de ella. Los uruguayos, por el contrario, sacan el mate de paseo, a pesar de que necesiten la compañía de un termo inmenso para rellenar con agua caliente la infusión. El forastero no deja de quedarse asombrado de que nunca se les caiga al suelo. Eso sí, tanta es la afición por el mate en público que te encuentras con prohibiciones insólitas. En la entrada de la catedral de Montevideo, "se ruega no ingresar con comidas y bebidas (y esto incluye a nuestro querido mate)" (sic). Yo creo que sobre todo incluye a su querido mate.
Ayer vi a una chica que paseaba por la calle mientras bebía una lata de Coca Cola con pajita, en la otra sostenía un mate con su correspondiente bombilla (una paja de metal para los no iniciados) y, por último, agarraba un termo entre el brazo y el cuerpo. Ahora que estoy escribiendo en mi hotel, pienso yo que tanto equilibrismo en la vida cotidiana tiene que servir a la larga para algo más. Aquí la gente está educada para que no se le caigan las cosas importantes. Por eso, al igual que el mate que consumen con virtuosismo inverosímil, los uruguayos han hecho equilibrismos con su vida política a lo largo de su historia. Basta pensar en el lío electoral que hay montado aquí para darse cuenta de que, por mucho que se complique la situación entre los candidatos, el mate no se va a caer nunca al Río de la Plata.

Más puntos cardinales


Montevideo es una ciudad cómoda y tranquila, sobre todo después de haber pasado por el torbellino de vitalidad de Buenos Aires, pero no se puede decir que padezca de un exceso de atractivos turísticos. Entre los lugares escogidos que podrían merecer alguna atención está el museo Joaquín Torres García. A mí este pintor, uno de los más destacados de las vanguardias en Hispanoamérica, siempre me pareció interesante y por eso fui hasta allá con una ilusión que creció cuando me dijeron que la entrada era gratis. Enseguida recibí el castigo a mi tacañería: el museo se reduce a una salita con una veintena de obras.
Torres García marchó de Montevideo a los veinte años y sólo regresó mucho más tarde, cuando lo principal de su obra había madurado en Europa. Volvió a sus raíces y en este pequeño país apartado del centro del mundo acuñó toda una teoría sobre el sur que, como es obvio, a mí me llamó la atención. En un famoso dibujo le dio la vuelta al mapa de América. Luego escribió lo siguiente:

En realidad nuestro norte es el sur. No debe haber norte para nosotros, sino por oposición a nuestro sur. Por eso ahora ponemos el mapa al revés y entonces tenemos ya justa idea de nuestra posición, y no como quieren en el resto del mundo. La punta de América, desde ahora prolongándose, señala insistentemente el Sur, nuestro norte.

Torres García intuyó que hasta la cartografía se hace desde el norte del planeta. ¿Por qué el norte tiene que estar arriba, donde inconscientemente situamos las cosas importantes, y el sur se queda ahí abajo, en el suelo del mundo? Ahora bien, al margen de que el sur y el norte sean categorías relativas e intercambiables en un mapa, aquí lo que importa -creo- es pensar que siempre conocemos las cosas desde un lugar. Y ese punto cardinal determina nuestra mirada sobre la realidad. Saber qué son las cosas tiene que ver con el lugar en donde están y desde donde son miradas.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Paseos porteños

Ayer hice trampa porque metí la entrada sobre librerías porteñas cuando desde el lunes estoy en Montevideo dando unas clases en la universidad. He vivido unos días superado por las muestras de afecto de antiguos amigos en Buenos Aires: María de los Ángeles Marechal- la hija del gran escritor-, Norma Carricaburo, Mariano Galazzi, Jorge Lafforgue, María Rosa Lojo...
Entre los reclamos de la amistad y de las librerías apenas he podido caminar por la ciudad. Un recorrido habitual ha sido el de la calle Ayacucho con Sarmiento, cerca del congreso, hasta la avenida Santa Fe y después. Es un trayecto muy normal que permite ver cómo cambia el país en poco más de diez cuadras. A la ida, cada vez que atraviesas una calle va disminuyendo el número de mendigos y aumenta el número de gente bien vestida. Borges decía que el sur empezaba en la calle Rivadavia que se encuentra poco antes del comienzo de mis pequeñas caminatas, pero a mí me parece que Santa Fe también impone ya otra frontera definitiva. Todas las Argentinas que uno puede descubrir en un paseo por el centro de Buenos Aires son reales. No es menos cierto el cartonero que te encuentras trabajando cerca de un kiosco que la señora encopetada que se pasea por el patio Bullrich. Es una situación muy triste, pero esto lo digo ahora porque, cuando uno visita el Palacio Errázuriz, hoy convertido en museo de artes decorativas, puede sentir con razón que no se encuentra ante un país real, sino ante un decorado que encubrió en su día otras realidades menos vistosas. Y sin embargo, el palacio merece la pena.

martes, 27 de octubre de 2009

Librerías de Buenos Aires


Las hay bellas y coquetas, y otras pulgosas y bohemias, con aspecto de resistente. Las hay cultas y antiguas, y otras que mezclan libros horteras, discos de vinilo y juguetes made in China. Las hay muy glam y muy snob, como la del Ateneo Grand Splendid, la librería más grande de América del Sur construida a partir de la remodelación de un teatro de principios del siglo XX. A ese magnífico local iba Horacio Quiroga a ver películas durante su época de crítico de cine. Hay librerías que te dejan un recuerdo casi imborrable en los dedos, mugrientos de haber palpado saldos a dos pesos. Y otras, en cambio, que huelen a maderas venerables. Así es la Librería el Gliptodón, que yo no conocía. Ingresas en una estancia colmada de libros y litografías y luego tienes que agachar la cabeza para acceder a otra habitación más pequeña donde está el dueño tomando un mate con tres clientes. Te dan un papel en donde te informan de que, el día que hagas una compra superior a veinte pesos, tienes derecho a un café o un té (sin recargo) y una mesita donde puedes pasar un buen rato leyendo. Lo que no sé es qué van a hacer cuando tengan tres clientes en la misma situación al mismo tiempo.
No obstante, mi favorita es Platero, en la calle Talcahuano. Se supera una primera planta con el aspecto conservador y poco atractivo de una librería para abogados y se baja al fondo por una escalerita de caracol que conduce a un sótano-paraíso del bibliófilo. Una vez me encontré abriendo una vieja edición de Las montañas de oro de Lugones y me saltó revoloteando un recorte de periódico que cayó a mis pies. Lo recogí y me encontré con dos poemas de Enrique Banchs, un notable poeta argentino muy admirado por Borges. Uno de ellos nunca se había publicado en un libro pero, como está prohibido tener tanta suerte en un único día, era el peor de los dos.

viernes, 23 de octubre de 2009

De ayer

Aquí estamos y, como de aquí no somos, ayer quedé con Juan Ignacio, a quien no conocía personalmente. Nos habíamos citado en el café Tortoni, uno de los más elegantes de la ciudad, pero, como ahora se ha convertido en un circo turístico en el que hay que hacer cola para entrar, acabamos en otro local más modesto. Aunque llevo poco tiempo en estos menesteres, me he dado cuenta de que el valor de un blog se construye también por los comentarios de sus lectores. En este sentido, los de Juan Ignacio han sido un lujo para mi blog.
Por lo demás, a mí se me pasó el jet lag con el placer de la conversación. Al final, me despedí de un amigo lejano en el espacio de las cosas pero que seguirá cerca en el de las palabras.

jueves, 22 de octubre de 2009

De Pamplona a Buenos Aires



Comienzo de viaje. El avión de Pamplona empieza a tomar carrerilla para despegar y las dos señoras, algo mayores, que están sentadas a mi lado, murmuran:
-¡Jesús, cómo corre!
-¡Qué velocidad llevaaaaa!
He aquí un símbolo de todo lo que España ha progresado en los últimos treinta años.

-----

Aeropuerto de Barajas: primera parada. Una chica medio linda -pelo alisado, traje corto, negro ,y botas altas y negras también- habla por el móvil moviéndose de una forma extraña. Me fijo un poco más: el teléfono está ajustado entre el hombro y la mejilla. El vestido cortado por los hombros le deja desnudos unos antebrazos que terminan en la nada: no tiene brazos. Termina de hablar y suelta el aparato en el bolso que reposa en el asiento. Después hace una torsión difícil con el cuerpo, recoge el bolso y se dirige renqueando hacia la puerta de salida. Por allí se aleja una tristeza que apenas puedo imaginar.


-----

Llegada a Ezeiza tras doce horas de encierro aéreo. En la aduana temo que me abran la maleta como están haciendo con todo bicho viviente delante de mí. Aparece una pareja de españoles. Dan la impresión de estar muy apurados. Ella se me cuela y le dice a la funcionaria: "Por favor, ¿podemos ir más rápidos? ¡Perderemos una conexión con Córdoba!". La señora muy solemne le indica un pasillo en donde hay otro funcionario medio dormitando. "Vayan por allá". Entonces me meto en medio, pongo cara de tonto (ésa que me sale tan bien según mi mujer) y le pregunto:
-¿Y yo?.
-Vaya con ellos.
Voy detrás y debe de ser que es la parte de los aduaneros perezosos porque nos dejan pasar sin mirarnos la cara. Los ángeles de la guarda siguen trabajando en tierra.


------

Ya estoy en Buenos Aires: creo que es la decimosexta o decimoséptima vez que visito esta ciudad que sigue, por muchos motivos, fascinándome. A ver qué me depara en los próximos días.

martes, 20 de octubre de 2009

Tres citas a la izquierda

Hoy traigo tres citas, una literaria, otra sociológica y otra política. Las tres, creo, se relacionan entre sí.

Primera cita:
En "El holocausto de la tierra, el escritor norteameericano Nathaniel Hawthorne imagina que una misteriosa sociedad decide acabar de una vez por todas con todos los cachivaches inútiles que hay en el mundo. Para llevar a cabo tan loable fin, erigen una enorme pira funeraria en medio de una pradera del oeste norteamericano. Gentes de todos los lugares vienen a asistir al gran espectáculo. Al principio, caen al fuego todas los periódicos viejos, pero enseguida se trae otro tipo de materiales: condecoraciones, árboles genealógicos, joyas y toda clase de objetos que induzcan a la vanidad. Como la gente está entusiasmada con tanto fuego, la hoguera ha de seguir funcionando, así que entonces se piensa que hay que terminar con otros elementos perniciosos: por ejemplo, cubas de vino, botellas de cerveza y barricas de licor y, cuando ya no quedan más en toda la tierra, se recurre al tabaco, que, como todo el mundo sabe, es malísimo para la salud. Allá que van todas las pipas, cigarros, puros, hojas... y cuando ya no se encuentran por ningún lado, alguien susurra que la guerra es nefasta para el hombre, y todas las armas de todos los ejércitos del mundo vienen a alimentar la hoguera interminable. Pero el fuego pide más y más fuego: todo razonamiento vale para alimentarlo. Pronto se cae en la cuenta de que los libros son los causantes de tantos males y que, por tanto, han de quemarse todos ipso facto... Entre algunos que se esfuman con un suspiro, las obras de Shakespeare arden gloriosamente. Por último, una procesión de hombres vestidos con túnicas y ropajes sagrados se acerca directamente al centro de la destrucción. En efecto: para hablar con Dios no hacen falta tantos ritos ni tanta purpurina, así que se arroja todo hasta que a alguien se le ocurre que tal vez lo mejor sea quemar el Libro que ha originado el problema de los problemas... Con tanta reforma a un espectador se le ocurre pensar que sucederá después cuando ya no quede nada por quemar. Y otro le replica:
-Tenga paciencia. Primero nos lanzarán a nosotros, y después a ellos mismos.
Segunda cita:
Un libro del neomarxista Marshall Berman, llamado Todo lo sólido se desvanece en el aire (All that is Solid Melts into the Air). El título está sacado de una frase de Marx y, dicho sea de paso, nunca pensé que éste tuviera sensibilidad poética. Es un apasionante y apasionado ensayo sobre la modernidad a partir de textos tan variados como el Fausto de Goethe, el Manifiesto comunista, los Pequeños poemas en prosa de Baudelaire, Gógol y libros sobre arquitectura, urbanismo, arte... La idea central es que la modernidad se define por el cambio universal, puesto que en la actualidad todo es efímero. A Berman esto le parece trágico y fascinante al mismo tiempo: las utopías capitalistas o marxistas han traído bienes y males por igual. En su propia vida dice haber experimentado la modernidad: el mismo sistema que le dio las becas para estudiar le negó el auxilio sanitario que podía haber curado a su hijo de cinco años. Sin embargo, su diagnóstico sobre la modernidad no es enteramente negativo, ya que el mundo ha de seguir cambiando para ser mejorado, a pesar de la tensión de fuerzas contrarias. El ensayo de Berman es muy sugerente, pero da la impresión de caer en un historicismo ingenuo. Parece creer que la voluntad de cambiar las cosas, la capacidad de creer en los ideales, sólo empezó en el siglo XVIII. Por otro lado, la consideración de que todo se desvanece en el aire no la inventó Marx: se remonta al Eclesiastés.
Tercera cita:
"Todo cambio siempre es para bien". La frase la echó Rodríguez Zapatero delante de unas señoras progresistas hace dos años, cuando podía sacar pechito y quedarse tan tranquilo. Yo me la grabé en la memoria porque me pareció muy reveladora. En el fondo, viene a ser una banalización de lo que profetizó horrorizado Hawthorne sin conocerlo y defendía Berman después de haberlo conocido. Es la voluntad de creer que la mejor gestión pasa por cambiar las cosas, sin pensar si valen o no la pena por sí mismas. En realidad, porque para el moderno puro que es Zapatero nada tiene un peso por sí mismo. Traducido a la política, se trata de dar la impresión de que estamos moviéndonos constantemente, haciendo reformas, aunque sean innecesarias, absurdas o trágicas, aunque lleguen a costar la vida de muchos inocentes. ¿Frivolidad? ¿Insensatez? ¿Irresponsabilidad? ¿Cinismo? Tal vez una mezcla de todo eso. Es un pensamiento tan débil que se quema solo, se desvanece en el aire.

lunes, 19 de octubre de 2009

Dando gloria a Dios

Hace unos cuantos años me encontraba yo paseando con Miguel d'Ors por el centro de Pontevedra en compañía de mis dos hijos mayores, entonces muy pequeños. Los niños andaban por delante, como solían, correteando por las calles entre carcajadas. Como padre joven e inexperto, estaba yo algo preocupado por las consecuencias de tanta felicidad infantil, pero Miguel me dijo:
-Déjalos, hombre, míralos cómo dan gloria a Dios.
Tanta gloria dieron que chocaron contra una señora que estaba paseando por allí, la muy inoportuna.
Ahora, este domingo nos fuimos todos a dar una vuelta por los alrededores de Mutilva, en medio del campo, todos juntos, Marina, los mayores y los tres pequeños. Sólo había dos bicicletas útiles para tres usuarios, lo que motivó intercambios de puntos de vista cada dos minutos. Pero también hubo tiempo para las carreras, los gritos y las risas: o sea, que los pequeños dieron gloria a Dios, inconscientes como las hierbas del campo y el sol compasivo de octubre. Y sin peligro de que atropellaran a alguna vieja.

viernes, 16 de octubre de 2009

Ñu


Voy a escribir un cuento sobre un ñu, pero el problema es saber de quién hablo. Cuento los ñúes que aparecen en la imagen de la tele: hay doscientos veintitrés. Como son todos idénticos, elijo al que me parece más desvalido, el que está más cerca de la leona que se acerca cautelosa. El ñu tiene un cerebro de mosquito y la leona un hambre de león. No hay nada que hacer: el depredador se echa sobre su víctima, que cae de un zarpazo. Pero ahora viene lo bueno: el resto de la manada, en lugar de permanecer indiferente, se acerca con curiosidad al lugar y poco a poco rodea a los protagonistas. La leona alza la cabeza con angustia, temerosa de ser engullida por la multitud. Poco a poco cercan a los dos hasta que se les deja de ver. La pantalla se llena de ñúes, iguales todos entre sí. Luego, poco a poco se van apartando, y de la leona y del ñu herido no queda rastro. Sorprendido, trato de contar los ñúes que quedan, pero ya no sé bien si son doscientos veintidós, o doscientos veintitrés o doscientos veinticuatro.

jueves, 15 de octubre de 2009

Matrimonio

Tras muchos años de vida en común, un día se encontraron las miradas de los dos y de pronto comprendió cada uno la soledad del otro. Y ya no estuvieron solos.

martes, 13 de octubre de 2009

La raya de Portugal



Para celebrar el puente de la Hispanidad nos fuimos todos a una finca de unos amigos en la frontera de Extremadura con Portugal. Un viaje de siete horas en coche con niños da para mucho. Marina y yo aprovechamos para dar a conocer datos interesantes sobre los lugares por donde íbamos pasando. Por ejemplo, ¿sabían mis hijos que la cesta de la compra en Pamplona es la más cara de España y la de Badajoz la más barata? Nicolás, Luis y Tomás (el comando LuNiTo) aprovechó esta información para pedir chocolatinas y chuches cuando paramos en la gasolinera próxima a nuestro destino.
Estuvimos dos días con varias familias amigas y lo pasamos bien. La finca resultó estar en el mismo Portugal, y no en Badajoz, como yo creía, despistado de mí. El paisaje es el mismo que se ve en España y, así, uno casi está tentado de pensar que las fronteras son inventos inútiles que sólo han servido para provocar odios y guerras sin cuento. Pero esto es una pamema propia de progres bien pensantes: yo, cada día, estoy más a favor de las fronteras si se utilizan bien. Cruzar esa raya imaginaria que divide los estados tiene el encanto de ingresar en un territorio que se proclama distinto. Más aún: es un ejercicio de civilización el reconocer y admirar las diferencias.
El domingo estuvimos en Olivenza, un pueblo limpio y coqueto, con calles que son un homenaje a la literatura: Cervantes, Lope de Vega, Espronceda, Gabriel y Galán... El nivel va descendiendo conforme vas leyendo calles, pero la intención es lo que cuenta. Olivenza pertenece a España; se la robamos a los portugueses en un conflicto con nombre rococó: la guerra de las naranjas. Al parecer, el valido Godoy le regaló unas naranjas que había por allí cerca a la reina María Luisa de Borbón, como botín de guerra. Con semejante trofeo, no debió de ser demasiado cruel el asunto. Naranjos no vi muchos, pero sí encinas. Claro está que el nombre de la guerra de las bellotas hubiera sido demasiado cercano a la realidad, así que la historia ha embellecido un episodio tan pequeño.
El pueblo sigue siendo portugués por sus azulejos, sus puertas manuelinas, su iglesia principal (la de la foto) y su adoquinado. En cambio, algunas casas, a mí me recordaron a las de mi tierra, a las del Puerto de Santa María, concretamente. Dicen los portugueses, con cierta razón, que Olivenza es un caso parecido al de nuestro Gibraltar. Ahora que se tienden a borrar los límites en esta Europa pragmática y posmoderna, me parece que es bueno recordar que existen las fronteras para recordar la validez de las naciones y admirar las diferencias entre unas y otras. Y que hay casos como el de Olivenza en que se funden las dos porque son identidades hermanas.

viernes, 9 de octubre de 2009

Un cuento sobre la infelicidad

Este microrrelato es una variación de otro que publiqué la semana pasada.

Durante la boda los príncipes han comido tantas perdices que se han puesto gordísimos. Por la noche el príncipe mira a su esposa y se despide con un beso de buenas noches. A ella le da tanto sueño la presencia de su marido que se queda dormida de inmediato. Doce horas después sigue roncando a pata suelta. El príncipe se viste resignado, monta en su caballo y desaparece al galope por el horizonte en busca de otra princesa pero, como este cuento es una vuelta atrás, sigue buscando y buscando sin parar.

jueves, 8 de octubre de 2009

A la foxa


Ya ha salido en los medios de comunicación (sólo en algunos) y en la red que barre con todo: ayer a la concejalía de cultura del Ayuntamiento de Sevilla se le ha ocurrido prohibir un acto literario de homenaje a Agustín de Foxá por el temor de que aquello hubiese derivado en una apología del franquismo. En su blog, Aquilino Duque ha dejado una magnífica semblanza del escritor prohibido en un texto que tenía que haberse leído en el acto.
Foxá fue un buen poeta, pero cometió errores como todo el mundo a lo largo de su vida. Entre sus mayores pecados está el de haber sido autor de una novela, Madrid de corte a checa, que se lee de un tirón, lo que puede convertirse en un ejercicio desagradable para algunos que no comulguen con su ideología. Otro rasgo antipático de Foxá fue el de haber tenido sentido del humor. Por deformación profesional, siempre me ha hecho gracia esa defensa que hacía del término América Latina frente a Hispanoamérica, "si de lo que se trataba era de ampliar responsabilidades". A Foxá le encantaba provocar. Mientras se encontraba en Buenos Aires, en los años cuarenta, tuvo que realizar un brindis en un banquete oficial y sólo se le ocurrió pronunciar lo siguiente:
-Negro con negro, alegría; blanco con indio, melancolía; blanco con blanco, cursilería.
Por poco lo matan.
Volviendo al asunto del día, a mí me parece que este tipo de prohibiciones sólo sirve para que la gente se interese más por la presunta víctima. De ahí la solemne torpeza de los políticos de Izquierda Unida que, con iniciativas como ésta, consiguen justo lo contrario de lo que pretenden: que la gente se interese por quien se desea tapar la boca.


miércoles, 7 de octubre de 2009

Escenas rutinarias

Todas las familias son distintas, pero todas tienen un modo de parecerse. No recuerdo dónde leí esta frase, pero he llegado a pensar en ella tras la visión en casa de Pequeña Miss Sunshine. La familia de la película tiene sus peculiaridades: entre ellas, un abuelo heroinómano, un tío suicida y una niña gordita aspirante a Miss Universo. En la mía no somos tan exagerados, aunque sí algo más numerosos. Mientras voy pensando sobre esto, S. está tocando la guitarra, N. da raquetazos a una pelota en la pared del garaje, L. discute con su madre, M., por culpa de los deberes y T. canturrea desde la ducha. C. no dice nada porque está escuchando música en su mp 4. (con este párrafo por lo menos le gano a Trapiello en número de abreviaturas).
L. tiene piojos. "Mi récord es sesenta y cinco", dice muy ufano mientras su madre lo tiene agachado en el lavabo exáminandole el pelo. Al final, decepción: sólo le hemos encontrado dos. Su hermanos han ido corriendo por el microscopio que trajeron los Reyes para verle mejor las patitas al bicho.
Qué gustazo la rutina. Lo único que ha cambiado con respecto a otros años es que hemos empezado el curso sin chica que venga por las mañanas a limpiar la casa. Pero así, por lo menos, todos se reúnen en una tarea alternativa a la de la de buscar microscopios: ayudar.

Variación

Allá en el cielo, las estrellas viven solas, pero los hombres no podemos vivir sin ellas.

(Variación en torno a un tema apocalíptico de José Miguel Ridao).

lunes, 5 de octubre de 2009

Reencuentro

Durante años viví en aquella casa sin que nadie me dirigiese la palabra. Y eso que yo era de la familia. Mi hija, mi yerno, y mis dos nietos salían todos los días corriendo en dirección al trabajo y el colegio. Luego, el silencio de las horas y el ritmo del reloj. Una persona anónima venía para cuidarme y, apenas terminaba conmigo, me abandonaba como a una cosa, empeñada en limpiar cada rincón. ¿Quién me liberará de este encierro?, me he preguntado tantas veces. Desde mi lugar escuchaba el rumor de la vida a las seis de la tarde, la llegada de los niños, hablando, riendo, gritando. En alguna ocasión, con las primeras luces del día, podía ver a Rosana, mi mujer, la mujer con quien había vivido tantos años. A ella también la tenían encerrada, pero podía incorporarse y pasear por la casa. Se levantaba temprano para estar conmigo. Siempre se paraba en la puerta y me miraba, me miraba con los ojos mojados por la tristeza. Luego se iba y no volvíamos a vernos hasta muchos días después. Y ya no pude más. “Rosana, Rosana”, pensé. “Hoy me levantaré; hoy estaremos juntos para siempre”. Eran las siete de la mañana. El día empezaba. Escuché sus pasos inconfundibles. Por fin salí del cuadro y esperé.

viernes, 2 de octubre de 2009

Nerudeando


"Un gran mal poeta". Así calificaba Juan Ramón Jiménez a Pablo Neruda con bastante mala uva. Todas las palabras malintencionadas, cuando las dice una persona inteligente, tienen algo de verdad, aunque sólo sea una pizca. Esta semana hemos comentado en clase los Veinte poemas de amor y una canción desesperada en la edición de Morelli. En mi enésima relectura he vuelto a comprobar los gramitos de verdad de la frase de JRJ en algunos versos de Neruda. El poema con que se abre el libro es la apoteosis del mal gusto. Y luego, mientras vamos pasando las páginas, está esa facilidad sentimental, ese regusto morboso y adolescente en complacerse con sus penas amorosas, esa melancolía barata con que mira a la amada y le dice que callada está más guapa:

Me gustas cuando callas porque estás como ausente.

O como retrucaba mi amigo Niall Binns:

Me gustas cuando callas... así que cállate.

De Neruda uno se puede reír, igual que se le admira, como es mi caso y- me parece- el de Niall. Porque por encima de esa tristeza facilona emerge (por decirlo nerudianamente) el poeta por encima de todo. Alguien tan seguro de sí mismo que se siente capaz, a sus veinte añitos, de ser capaz de escribir los versos más tristes esta noche, y lo consigue. Por otro lado, qué gigantesca tomadura de pelo la de este famoso poema. Los primeros cinco versos no hablan para nada del amor y sí repiten ese "puedo escribir los versos más tristes esta noche. Y, por fin, después de descartar a la noche, a los astros y al viento que gira en el cielo y canta, el poeta se decide por el tema más triste del mundo: "yo la quise, y a veces ella también me quiso". Millares de lectores han suspirado con estos versos nostálgicos pensando que habían sido escritos con el corazón hecho cenizas. Al margen de que Neruda en aquella época ligaba con varias chicas -como señala la voluntariosa introducción de Gabriele Morelli-, basta leer despacio para darse cuenta de que el verso que más se repite es ese "Puedo escribir los versos más tristes esta noche" y que la última palabra con que se cierra todo es... "escribo". Neruda se sintió poeta en estado puro, un hombre que amaba el idioma y mimaba su música. Es capaz de extraer oro de lo más prosaico. Basta pensar en la desesperación infinita de Residencia en la tierra: allí Neruda se siente triste como un camarero humillado, su corazón polvoriento golpea sin sonido y el interior de su alma destila lentas lágrimas sucias. Un poeta puede permitirse ser irregular si llega tan lejos.
Alguna vez escuché que Juan Ramón estaba a mal traer con Neruda porque éste le llamaba al teléfono de su casa en compañía de su amigo Alberti y, entre los dos, le cantaban coplillas insultantes. Teniendo en cuenta el nombre de la víctima, las rimas debían de ser fáciles. Lo que no he entendido nunca de la anécdota es porque Juan Ramón no colgaba el teléfono.