sábado, 23 de enero de 2010

Se murió Alix


Cuando era niño, llegaban a casa los cómics que todos recordamos: el TBO, Mortadelo, Zipi y Zape, Tintín... Pero un día mi madre apareció con unos álbumes ilustrados (la forma cursi de llamar a los tebeos de tapa dura) con las aventuras de un héroe galo romanizado, un tal Alix, que por el nombre podía recordar a Astérix, pero en versión seria. Y tan seria, me digo yo ahora. En La tumba etrusca, El último espartano, La tiara de Oribal, La garra negra o Las legiones perdidas casi nunca había un final enteramente feliz, siempre alguna desgracia final venía a oscurecer el obligado happy end de las historias para niños. De todas formas, a nosotros nos encantó ese desfile de personajes estupendamente dibujados de toda clase de civilizaciones antiguas: romanos y galos, por supuesto, pero también griegos, etruscos, partos, cartagineses, espartanos... Por su culpa me pasé la infancia haciendo dibujitos de soldados griegos y romanos en el colegio.
Las historias de Alix no tuvieron ningún éxito, creo yo que porque los españoles somos muy brutos. Allí no se repartían castañazos y palizas al estilo de Mortadelo. Tampoco se exhibía el erotismo más o menos light de los cómics para adultos. En España la serie se interumpió con el quinto volumen y no volvimos a saber más en casa de las aventurillas de Alix y su amigo Enak. En fin, ahora me acabo de enterar de la muerte anteayer de su extraordinario creador, Jacques Martin, (se puede ver aquí), y me apetecía recordar a quien debo un pedacito feliz de mi infancia.
Con los años recuperé los venerables ejemplares de Alix y mi chifladura me llevó a comprar algunos ejemplares en francés cuando estuve en Bélgica. Los escondí para leerlos a solas. Pero de vez en cuando mis hijos me abren el armario y me los quitan.



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