Javier Sologuren era un poeta peruano, uno de los mejores de su país en el siglo pasado, que un día se enamoró de una muchacha escandinava, Kerstin. Vivió en Suecia siete años, donde se casó y fundó una familia. Cuánto frío debió de pasar el pobre poeta peruano en aquellas latitudes congeladas. Ahora que España se parece provisionalmente a Escandinavia, me he acordado de un poema precioso que Sologuren dedicó a su amada del Norte. No es muy importante que sepamos las anécdota que acompañó a los versos, que imaginemos a Javier mirando a Kerstin en unos fiordos o que conozcamos el número de hijos que tuvieron. El poema es impermeable al frío de los datos y funciona igual de bien si pensamos en nuestras propias circunstancias, creo:
PAISAJE
Está la niebla baja, el mar cercano,
blancas aves se anuncian.
El tiempo teje una vez más la tela
del engaño.
Todo invita al descenso y a la ofrenda:
el bosque crepitante, la resaca
y el dulce, el hechizado
crepúsculo de hojas que se enciende
entre mi corazón y el tuyo.
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