lunes, 11 de enero de 2010

Utilidades de la poesía

¿Para qué sirve la filología? ¿De qué me ha servido leer tantos libros? Estas preguntas me las he hecho alguna vez y volvieron a rondarme el pasado 29 de diciembre, el día del cumpleaños de mi hijo Luis. A lo largo de tres horas quince niños ascendieron al trote y bajaron al galope las escaleras de casa, desde el garaje a la buhardilla, y vuelta. Marina y yo nos refugiamos en la cocina, donde, a partir de las ocho de la tarde fuimos recibiendo con cierto alivio a los padres que iban llegando en busca de sus criaturitas. Algunos se quedaban a probar la última tarta de mi mujer, pero casi todos daban educadamente las gracias y se iban. En realidad, sólo se quedaban un rato aquellos con los que ya teníamos una cierta relación. Serían las ocho y media cuando estábamos con un matrimonio y una señora que entraban dentro de la categoría de amigos. Quiso la suerte, o la Providencia, que de pronto sonase un chasquido y se apagaran todas las luces de la casa. Me dirigí a tientas al cuadro de mandos y le dí al diferencial. Sin resultado. La palanquita volvía a bajar de golpe. Lo hice dos veces más y aquello empezó a oler a quemado. "Es un cortocircuito", me sopló uno de los invitados que es ingeniero, "hay que localizar dónde está el mal contacto". Y me empezó a explicar, auxiliado por la luz del móvil, en qué parte de la casa debía de estar el problema. Debimos de andar unos veinte minutos quitando enchufes por todos los rincones hasta que caí en la cuenta de que había unas lámparas en el techo de la entrada que estaban medio tontas últimamente. Se trata de unos plafones de diseño italiano, carísimos, que nos costaron a Marina y a mí un ojo de nuestras respectivas caras. Mi amigo ingeniero se subió a una silla,quitó tranquilamente el casquillo achicharrado, separó los cables del cortocircuito y se hizo la luz. Después, la otra señora que se había quedado algún rato más nos explicó el riesgo de incendio que supone tener este tipo de lámparas y nos hizo otra serie de recomendaciones, que para eso ella es arquitecta.
La anécdota se nos habría olvidado ya si no fuera porque todos los días veo los cables que cuelgan del techo del hall y me acuerdo de las carísimas lamparitas, de su diseñador italiano y del dinero (ay) que nos costará comprar otras. ¿Y la Filología?, pienso también. ¿Qué pintó mi formación de filólogo en esta historia? Frente a ingenieros y arquitectos, durante todo aquel rato de oscuridad sólo me encargué de sujetar la linterna. Sin embargo, hoy por la mañana, he visto la luz. Me levanté temprano y, siguiendo mis hábitos de lector, abrí un libro de poesía donde Antonio Machado me tenía preparada una copla con la respuesta a mis problemas:

Sólo el necio
confunde valor y precio.


12 comentarios:

  1. Con gran admiración y respeto por ingenieros y arquitectos, creo que no seguiría un blog de ninguno de esos temas. La técnica se aprende, ahora ya sabes más de cortocircuitos y a la próxima podrás arreglarlo solo. Pero las cabezas ¿quién las arregla?

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  2. Yo, desde luego, tampoco seguiría un blog de ingeniería. Y es una gran
    verdad lo que dices sobre la técnica. Ahora bien, conozco algunos ingenieros a los que le interesa la literatura. Y cuando hablan de libros son imbatibles.

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  3. Tendría que ser posible también que algunos filólogos fuesen imbatibles hablando de ingeniería... y nos pasaríamos a la naturaleza de los saberes, ¿opinar adecuadamente sobre literatura es fácil? Pienso que no, y sin embargo muchos NO especialistas creen que lo hacen muy bien. En fin...

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  4. Ya me asustaba yo que andes buscando la utilidad a tus saberes. Encontrarle una utilidad sería bajarlos de categoría. Cuanto menos útiles más valiosos, sí señor. "Utiles para...", ¡oh, que desmerecimiento!

    No me apeno de ser ingeniero, pero sí de saber que la filosofía y la poesía son cosas más valiosas, por menos útiles precisamente.

    El día que me encuentre con un filósofo o poeta (o filólogo también) que haya encontrado las utilidades prácticas a sus materias y por ellas viva, me compadeceré por él.

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  5. Pues Antonio Machado dio en el clavo con esa copla, pues en mi opinión, una de las causas más importantes de esta crisis (y especialmente la inmobiliaria) es precisamente la confusión entre el valor y el precio de las cosas. Y esto lo dice un arquitecto.
    En todo caso es una bonita metáfora que el filólogo alumbre lo que el ingeniero arregla. Además, ¿qué iba a ser de los ingenieros si no hay problemas que resolver en casa de los filólogos?...

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  6. Juan Ignacio:

    Como sabes, la técnica y el conocimiento puro son dos dominios distintos. A mí no me gusta pensar que uno es superior al otro, sino que se complementan. Yo no podría esperar que nos comunicáramos si no es por la técnica y, quizá porque uno añora lo que no tiene, siempre he envidiado secretamente a los que tenían más facilidad que yo para entender problemas científicos.
    Pero, bueno, por supuesto estoy encantado de dedicarme a algo tan inútil como la literatura.

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  7. Álvaro: Oye, no se me había ocurrido lo de que los filólogos ilumináramos con la linterna. Es una metáfora muy bonita. Además, oye, si los ingenieros se dedican a arreglar las casas de los filólogos, van apañados con los pocos que somos últimamente.

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  8. María: Es verdad. Muchos se apresuran a valorar obras literarias y artísticas sin tener apenas formación ni lecturas. Es el problema de las humanidades: requieren menos preparación técnica, lo que no quiere decir que sean más sencillas en sí mismas. Además, como justamente atañen al ser humano, todos se sienten autorizados a hablar desde su experiencia.

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  9. Pues yo insito, hay saberes superiores a otros.

    Es imprescindible no perder de vista que existen saberes superiores a otros, como funciones sociales màs importantes que otras, como culturas más desarrolladas que otras y tantas otras jerarquías.

    Es importante, digo, porque en pos de una falsa tolerancia hoy todo es igual (algo muy progre, típico de los ideólgos de turno, casualmente en ambos países, tuyo y mío).

    Como sea, gracias por valorar la ingeniería.

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  10. No lo había visto desde ese enfoque, pero tienes razón. El argumento del desarrollo de las culturas, por ejemplo, para mí es definitivo. En efecto, no es lo mismo la cultura azteca que la española cuando Cortés llega a tierras mexicanas. Occidente, desde la antigua Grecia, ha generado nuestro modo de pensar que incorpora el pensamiento crítico sobre las cosas, la pregunta racional sobre el ser, algo que no se encuentra en el resto de las culturas. Y esto viene de la filosofía occidental, de la que se derivan el resto de los saberes. Incluso cuando critican a Occidente en pos de un presunto pensamiento periférico, están siendo occidentales.

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  11. Me gusta la metáfora de Álvaro. Y la coplilla de Machado. Y me dais envidia los filólogos, filósofos y demás: palabra de triste economista, vale a dire, ni de ciencias ni de letras.

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  12. Álvaro es un artista. Por lo demás, a mí me dan envidia casi todos los que dominan los saberes que me están vedados. Los economistas, por ejemplo (y no está reñida la economía con la literatura, como es tu caso).

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